lunes, 10 de diciembre de 2018

Psicólogia y Psicoanálisis: Diferencias


Cuando se plantean éste tipo de preguntas que encierran las variaciones y problemáticas en distintos campos que se ocupan de lo que le sucede a un sujeto, suelen presentarse confusiones que van desde lo teórico y que se plasman en la cotidianidad clínica; es decir, en los que-haceres que implican a los psicólogos y a los analistas.
En principio, lo podemos decir de entrada, cabe aclarar que éstas dos disciplinas son estrictamente diferentes, tanto por su corpus teórico como así en la clínica que se despliega en el dispositivo.
Es cierto que es tentador caer en la dialéctica acerca de qué viene primero; digo, si la teoría o la práctica. Creo que, en principio, la formación de un analista viene atravesada por los textos. Esto no quiere decir que “ser” analista quiera decir “saber mucho sobre psicoanálisis”, pero también es cierto sin ello, la práctica no tendría sentido.
Cuando menciono la palabra TEXTO, recuerdo una frase de Jacques Derrida cuando menciona que: “somos texto” y que no hay nada por fuera de ello. Así también lo hace Nietzsche cuando refiere que somos esclavos de la gramática y que toda pasión es una prisión. Y así, vamos de prisión en prisión.
Freud lo ha mencionado en varias oportunidades pero hay una instancia de su obra en la cual viene a plantear cortes y diferencias tajantes con otras disciplinas, sobre todo con el discurso médico, del cual él mismo es heredero.
Esta instancia tiene que ver con su texto “psicopatología de la vida cotidiana”; donde menciona una serie de ejemplos y casos en los cuales concluye que los olvidos, los equívocos, los despistes, los murmullos, y todas las variaciones de lo que al sujeto le suceden, es decir, le pasan; no tiene que ver con errores cognitivos ni dificultades en la incorporación del aprendizaje.
Freud nos viene a contar en dicho texto que todos esos fenómenos son fundamentales para el análisis. Son esas instancias en las que el sujeto que habla, que viene armado a su análisis, pasa a la instancia de ser-hablado. Aquí tenemos la primera gran diferencia con la psicología.
Lo que para la teoría de la comunicación se menciona como el “ruido” de la misma, esa palabra que no llega al receptor, el famoso “teléfono descompuesto” que se quiere suprimir para que nos entendamos cuando hablamos. Es justamente eso mismo lo que en psicoanálisis se toma como pieza angular del material a trabajar.
Somos sujetos del significante, sujetos que solo existimos enganchándonos a una palabra que nos represente: Hombres, mujeres, niños, madre, profesionales, etc. Todos significantes que utilizamos para “ser algo”.
El lenguaje no es, como se piensa en psicología, una herramienta que utilizamos para hablar. Todo lo contrario, el lenguaje (como estructura) nos toma desde los inicios. Es nuestro “trauma de nacimiento” que nos habita.
Cuando acudimos a un análisis, llevados por una angustia que atraviesa y hace sufrir, nos pone en jaque el mismo lenguaje. Ahí es donde se juegan todas las resistencias y las paradojas, ya que no queremos saber nada de ello.
Todo ello nos lleva a la gran pregunta que genera un corte entre las dos prácticas. La pregunta por la Realidad.
¿Qué es? Pregunta difícil si las hay, ya que dependiendo del lugar desde lo leamos puede significar diferencias en nuestra práctica.
Para el psicoanálisis, la realidad es fantasmática, esto quiere decir que solo podemos pensarla desde lo simbólico y que no hay una realidad pre-discursiva. No hay nada por fuera del discurso, y si lo hay, solo podría existir si le damos entidad significante (enorme paradoja).
En este sentido vale la pena citar al matemático Wittgenstein cuando dice que “el límite de nuestro mundo es el límite del lenguaje”.
Un ejemplo cotidiano de esto tiene que ver con los animales domésticos; se suele escuchar que el “perro está contento porque mueve la cola” o “ladra porque tiene hambre”. Contento y hambre son significantes que le donamos para crear una realidad.
 Por ende, es imposible pensar en UNA realidad; en este sentido va a depender de cómo cada sujeto se articuló al campo donde nació, es decir al Otro.
Gran diferencia con la psicología y sus pretensiones de cientificidad a lo largo de la historia. Un ejemplo claro de ello son las baterías de los test diagnósticos; que para lo único que sirven es para que el terapeuta se defienda de su propia angustia. Como solemos decir, el test no “cura” a nadie, sirve para clasificar al sujeto; para poder responder a la pregunta ¿Qué es? Y ¿Qué tiene?
Lo que sí sabemos, es que cuanto más se escucha el diagnóstico, menos se escucha al sujeto que se encuentra delante nuestro.
Lo mismo corre para aquellos analistas que anotan todo lo que el paciente dice, para que “no se escape nada de lo importante”. Así mismo, otra forma de defenderse que tenemos los analistas y evitar la angustia de que algo se nos pierda. Cuando, en verdad, lo importante es que ese objeto perdido circule en el dispositivo.
Por último, cuando se pregunta qué es ser analista o ser psicólogo basta con pensar que tiene que ver con la escucha y por cómo leemos el trazo del sujeto. No es la persona-imagen que propone la psicología. Por eso, cuando un paciente habla de otro, se queja de su padre o su madre; tenemos que pensar que habla de él, de su realidad, sin importar tanto si los hechos que relata ocurrieron o no. Son reales porque los está incluyendo en una novela que lo atraviesa y lo angustia.
El padre y la madre no son las figuras de la cultura, es decir,  si está en la casa o se fue al trabajo. Son esos significantes que aparecen en el discurso, en el discurrir de su ser que lo des-controla. Porque, como decía Heidegger, somos poemas antes que poetas.

jueves, 6 de diciembre de 2018

La Mentira como Verdad


Hace algunos pocos días alguien me consultaba por un tema que, en general, suele escucharse y/o debatirse cuando se trata de lo que ocurre en el espacio clínico que convoca tanto al analista como al paciente que consulta por alguna cuestión.
El tema era ‘la mentira’. Mas puntualmente, la pregunta era: ¿qué sentido tiene ir al psicólogo si le vas a mentir? O “tengo que venir para decir la verdad sino ¿para qué? (en un tono jocoso).
En función de dichas frases que vengo escuchando (entre otras similares) se me ocurrió poder dar un rodeo  a esta cuestión de la mentira y la verdad que muchas veces, dependiendo del ámbito en el que se la proponga, obtiene implicancias diferentes.
Sabemos que mentir o decir la verdad en un determinado ámbito (cuando se trata de algo advertido por el sujeto) puede traer consecuencias que lo pongan en jaque. Lo podemos pensar en términos amorosos, sociales e incluso jurídicos.
Pero cuando se trata de la praxis que hace al análisis, las cosas se subvierten de tal forma en que la confusión puede llegar a engañar al analista y al pensar el trazo de un sujeto que viene amarrado a un discurso.
La relación de la mentira con la verdad tiene un estrecho vínculo, se ha tratado desde los tiempos de Sócrates hasta nuestros días. Y nos sigue atravesando en los cuestionamientos que nos planteamos a la hora de escuchar un discurso en el dispositivo clínico.
Hay dos frases (de las miles que se han dicho) que me han generado interés para poder dar una vuelta a nuestro tema: Lacan decía que “la Verdad tiene estructura de ficción” y, por otro lado, Nietzsche mencionaba que “la Verdad es la mentira más eficaz”.
Pensando estas frases, entramos en una gran paradoja y las preguntas que surgen de ella. ¿Se puede decir la Verdad? O mejor dicho; ¿Hay diferencia entre mentir y decir la Verdad?
Podemos ir planteando que el sujeto que nos compete en nuestra práctica es un sujeto que no tiene otra forma de aparecer si no es aferrado a un significante (palabra) que lo represente. Es decir, no hablamos de individuo o de persona que viene a nuestro consultorio y se sienta en el sillón a hablar. Podríamos hasta decir que en ese punto no hay sujeto para lo que nos interesa; se presenta como cargado de objetos imaginarios que por diversos motivos hacen tambalear su estantería coherente y decide tocar nuestra puerta porque algo del orden de la angustia comienza a jugar su papel importante.
La persona comienza a hablar y caemos en la cuenta que sus palabras no le pertenecen; es decir, es un error pensar que el lenguaje es nuestro, no se trata de una herramienta que seleccionamos como una “app” para poder expresar lo que sucede. Todo lo contrario. A nuestro sujeto lo sucede una serie de palabras en la cual, por el motivo de cada uno, se encuentra inserto.
Los significantes le vienen y cada quien se engancha de diversos modos. Ese orden que se establece, esa serie, tiene que ver con el goce que cada sujeto ha ido construyendo y que, al momento de la consulta, lo viene mortificando, viene perdiendo más de lo que se encuentra ganando.
En este punto hay que estar advertido que el sufrimiento o la queja no quiere decir que dicho sujeto quiera o pueda sostener eso que dice querer. Hay que pensar que en la neurosis hay un gran ímpetu para huir del deseo. Deseo que implica siempre un atravesamiento por la angustia y que muchas veces se está dispuesto a pagar pero  “hasta ahí”. Un poquito nomás.
Si pensamos que el sujeto especula con aquello que viene a decirle al analista para que la cosa “mejore” ya estamos en el terreno de lo más defensivo que existe, su Yo, su armado.
Sin embargo, todo discurso se encuentra armado y listo para que suene coherente; un gran esfuerzo (en muchos casos) para que no haya fallas.
Pero Lacan mencionaba que la Verdad no puede ser toda dicha. Esto quiere decir que existe, por el solo hecho de estar captados por el lenguaje, una pérdida originaria que funda la estructura; una estructura que la pensamos como clínica cuando el sujeto, en transferencia con el analista, se posiciona como Neurótico, Psicótico o Perverso (a nuestra escucha).
Las palabras no alcanzan, algo siempre se pierde y como respuesta ante dicha situación de falta/falla, el sujeto arma una posible respuesta; una hipótesis para el Otro. Hipótesis que llamamos Fantasma y que tiene que ver con la realidad del sujeto, todo aquello que él entiende como siendo “lo que le sucede”, incluso su historia.
Un claro ejemplo de lo que decimos tiene que ver con la frase "YO MIENTO". En la cual el sujeto se encuentra implícito en la frase que menciona y que lo lleva a una encrucijada ya que, en términos de lógica, la frase es verdadera. Sin embargo, dice estar mintiendo.
Poco importa si aquellos sucesos que relata sucedieron realmente o no. Son reales en términos de lo que está diciendo en nuestro sillón ya que, como dirá Freud, se sufre de los recuerdos (reales o no).
Si el paciente viene a chamuyar, a diferencia de otras disciplinas como por ejemplo la psicología, es fundamental. El sujeto mismo es el “chamuyo”, y llegar al núcleo de su ser, implica un pasaje por las vías de aquellos significantes que éste mismo toma en su relato.
Cuando miente, dice la verdad, su verdad. Su fantasma se pone en marcha. Podríamos preguntarnos por qué elige ese chamuyo y no otro, por ejemplo.
Sucede algo similar cuando escuchamos ciertas escenas delirantes (independientemente de la estructura de la que se trate) que generan angustia sin haber acontecido en lo factico del tiempo.
En este sentido y para nuestra praxis, la única ciencia que existe es la ficción. Ficción que nos puede llevar a escuchar cuál es el lugar en el que nuestro sujeto-sufriente se está parando y desde dónde demanda. Una demanda que siempre es de amor y que, lejos de implicar un acercamiento a una respuesta que encaje en sus preguntar; lo atrae cada vez más a un des-encuentro que lo des-encuadre y que le haga “caer la ficha” que no hay relación sexual, no hay proporción y que la falla que genera lo simbólico hace ecos en un real que no deja nunca de no inscribirse.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Sobre la transferencia (del) analista

Si pensamos detenidamente el concepto de transferencia podemos escuchar y hasta observar, en unos cuantos casos, como dicho significante se inmiscuye en nuestra práctica clínica cotidiana.
Lo menciono como concepto porque, como solemos decir dentro del dispositivo analítico, se trata siempre de los significantes (palabras) que se ponen en juego y se encadenan en un discurso que, justamente, discurre en el analizante (el paciente).
Por otro lado, lo menciono también como problemática ya que la transferencia ha sido, desde sus inicios, un problema para los analistas. Véase que no hago gran referencia al paciente, sino más bien a lo que ocurre con la posición del analista; que es aquello que en éstas líneas nos interesa.
En una primera instancia, podemos decir que la transferencia no se presenta como algo “natural” en el ser humano. Es decir, sabemos que desde aquel momento lógico en que el sujeto o proto-sujeto (lo que aún no es) es atravesado por el lenguaje estamos ante un problema a considerar en nuestra vida cotidiana. Digo problema porque la dimensión del amor/odio ya comienza a jugar su partida y sus movimientos que amarran al sujeto a ciertas palabras que lo representan.
La transferencia no ha sido patrimonio del psicoanálisis, en principio. Quiero decir; un sujeto puede ponerse en transferencia con el vecino, la panadera, el club de fútbol, las instituciones o (incluso) con otros sujetos que ya han fallecido o nunca conocidos.
Sucede que, cuando Freud y sus contemporáneos comienzan con su práctica analítica en los tratamientos con sus pacientes neuróticos (en su mayoría) se encuentran con que hay cuestiones que comienzan a interferir en la prosecución del análisis y dicho vínculo amoroso es justamente el obstáculo. Vaya paradoja!
Digo paradoja porque Freud la comienza a desarrollar teóricamente y descubre que aquello que funciona como el motor del análisis, es también aquello que “nos hace pisar el palito”. Es decir, su resistencia.
Claro que Freud estaba advertido, hasta ahí, de dicha problemática. Lo desarrollado por Freud con respecto a este concepto lo podemos clasificar, si se me permite el forzaje, en uno de los registros propuestos por Lacan, es decir aquello que es atravesado por lo imaginario, por la imagen.
El Edipo en Freud está bastante infatuado de figuras imaginarias (no digo que no las haya) pero él elabora una transferencia que se pone en juego en un momento del tratamiento y que implica que el analista deba sortear, ya que se la puede interpretar (dirá Freud) como resistencia.
Claro que el maestro vienés tira la pelota para el otro campo. Me pregunto ¿resistencia de quién?
Hay dos textos que me han parecido interesantes de citar en estas líneas: Uno es “sobre la dinámica de la transferencia” y el otro es “recordar, repetir y reelaborar”.
Lacan va a decir que de lo único que se habla en un análisis es de amor, y de odios. Estos dos textos me parecieron importantes ya que Freud plantea que la dinámica de la transferencia trata de un pasaje, de una proyección de imagos parentales en la figura del analista por parte del paciente, y se pueden pensar frases como: “usted me odia como mi padre” o “usted me ignora como…” y ponemos el significante que queramos.
Freud dice, entonces, que de lo que se trata en la Transferencia es de una repetición que el sujeto pone a funcionar casi sin querer, queriendo. Se repiten las dinámicas edípicas, pero ahora con la figura del analista.
El problema es el amor, lo es desde aquel banquete en el que participaban Sócrates y sus discípulos. Sócrates, escuchaba, guiaba, interpelaba y preguntaba sobre ello mismo.
Mencione antes que la propia transferencia se presenta como resistencia, para Freud. El enamoramiento con el analista puede ser un problema, y vaya que lo fue para él.
Las inversiones dialécticas en el caso de Dora tuvieron su lugar en un problema transferencial. Por eso me pregunto si la resistencia tiene que ver con la transferencia que el paciente establece con el analista o si la resistencia es del analista, tanto así como la angustia que le genera.
La neurosis de transferencia es otro de los conceptos desarrollados por Freud. Menciona que durante el transcurso del tratamiento se crea una “nueva enfermedad” (dice Nueva porque para Freud la neurosis era enfermedad). En esos momentos comienzan a pasar “cosas”: el analizante se resiste a asociar, puede aparecer cierta hostilidad con el analista, pueden suscitarse diversos acting-out e incluso pasajes al acto. Hay un detenimiento ya que es “nueva enfermedad” se ha instalado y ejerce su potencia. La solución freudiana sería la de la interpretación y la del, mal interpretado, concepto de abstinencia en el cuál el analista no responde a la demanda del paciente y entiende que todo lo que detenga el análisis es resistencia. Algo resiste y repite.
Con Lacan la cosa cambia, diría bastante. Hay una definición que me generó mucho interés: está fechada  en su seminario de 1948 y dice:

“Ciertamente, en una más insondable exigencia del corazón, es la participación en su mal lo que el enfermo espera de nosotros”.

El paciente nos quiere hacer partícipe de su mal, de su neurosis, de su novela o, mejor dicho, de su fantasma. No es loco pensar que el paciente “le sueña al analista”. Es decir que, cuando Lacan define a la transferencia como Amor nos podemos preguntar ¿en qué sentido pensar dicho amor?
Quiero decir, qué lo diferencia de otros amores de la vida cotidiana.
El maestro francés plantea, en un momento de su enseñanza, que toda transferencia comienza siendo imaginaria (claro está que también es simbólica y real) en el sentido en que se le otorga un supuesto-saber a una figura que aparece ahí. Quiero aclarar que no pensamos a dicho saber como conocimiento, aun que es cierto que el hecho de “saber cosas” o “tener títulos” seduce al neurótico en cuestión. Pero lo que se otorga es un saber en la dimensión del goce, aquél es el que sabe sobre mi goce.
Pero, atención a no caer en la trampa del cambio o del furor-curandis. En una intervención que Lacan realizó en un congreso sobre medicina, menciona que el sujeto va a análisis para reafirmar su posición de enfermo y que paga para no querer-saber que no hay saber sobre la sexualidad y su dinámica.
En varios puntos Lacan coincide con Freud; es cierto que en la transferencia hay elementos que se repiten, pero no es solo eso, ya que toda repetición encierra una novedad. Es la novedad que los analistas muchas veces no pueden o no quieren escuchar.
Cuando Lacan plantea que la transferencia comienza siendo imaginaria, sería un problema si solo se quedase anclada ahí. Como solemos decir, no se trata del padre de la cultura, el que “hace” cosas o el que nunca estuvo. Se trata de lo que ese significante represente para dicho sujeto, siempre castración mediante y de lo que se escucha de ese discurso. Así es, la neurosis es un discurso junto con la perversión y la psicosis (estructuras clínicas en las que hay transferencia), y no tiene entidad  por fuera del dispositivo ya que la transferencia sin el análisis es un cúmulo de escenas fantasmáticas que los sujetos repetimos sin cesar. Entonces podemos decir que, la neurosis ES la transferencia, sin estos elementos no existe.
Por último quiero dejar en claro que las resistencias del analista en muchos casos son alarmantes. Se ha generado una falacia con el concepto de “neutralidad” ya que es imposible trabajar/escuchar sin el fantasma mediante. Sin embargo, eso no quiere decir que el analista tenga que responder a la demanda de amor del paciente entrando en su entramado fantasmático para participar en su mal de tal forma que sirva para que el analista repita una posición que tenga que ver con su propia neurosis. Dicho problema tiene que ver con la angustia ya que la pregunta que se le formula al Otro es: ¿me ama?

MS.

lunes, 23 de julio de 2018

El equívoco del Amor...una invitación


Una propuesta para pensar y debatir diversos conceptos de la obra de Lacan; y así poder articularlos con las vicisitudes que el Amor tiene en nuestra vida cotidiana... 

lunes, 9 de julio de 2018

Palabras en-sueños

Pienso esta charla como un sueño, esa suerte de imágenes y palabras que se reproducen sin tener sentido alguno.
No poder controlarlas estremece; y hace que nos preguntemos cuál es el sentido que el mundo adquiere para mi.
Un amo, una pérdida, un fracaso y un éxito. Acaso ¿no se fracasa en el éxito?
El único sentido se lo puede otorgar la muerte. Esa palabra que implica una finitud, sino ¿Por que hacer lo que hacemos?
La idea se me presenta en ese sueño aun que no esté dormido. No sé en qué etapa estaré ¿REM?. El médico lo mencionó una vez, pero ya no me acuerdo ni de su cara.
La paradoja es casi constante y parece que el deseo tiene una ganancia y una pérdida (siempre).  Y pese a que ya le di miles de vueltas, me pregunto, entonces: Soñar ¿No cuesta nada?...


lunes, 25 de junio de 2018

El discurrir de la Máquina infernal



Pienso en el título de éste texto que estoy pensando al mismo tiempo que produciéndolo, aun que  también creo que el ejercicio de pensar  nos lleva a suponer que ya es una producción, de algo al menos.
Cuestionaba la estructura capitalista preguntándome de qué se trata, sobre todo en los tiempos que corren que exigen “carreras” de todo tipo; carreras que, sin saber pero sabiéndolo, nos conducen al único lugar posible: la muerte, ser-para-la-muerte, parafraseando a Heidegger.
Fue una duda que surgió en función de un análisis que hice sobre el film “Tiempos Modernos” de Charles Chaplin, donde vemos a su protagonista (el famoso “vagabundo” chapliniano) trabajando en una línea de montaje dentro de una fábrica de artefactos.
Durante la emisión de la película, me surgieron diversos llamados de atención que, creo, fueron los que el director quiso mostrar en su obra; tanto así que fue criticado y tildado de comunista por haber realizado una película que lance una crítica tan fuerte a la estructura capitalista.
Sin entrar en sumos detalles del film (ya que todo vale la pena resaltar), el autor pone el acento en cómo el discurso capitalista engloba todo el plano y fagocita al sujeto en cuestión. No solamente a nuestro simpático personaje que lo explicita mediante un giro cómico sino a un discurso que se ubica como estructura lenguajera que toma al sujeto y lo hace reventar, como dirá Lacan.
Algunas cosas que me llamaron la atención sobre dicha historia fue como nuestro protagonista no tenia tiempo ni para rascarse la nariz, ya que el rascado implicaba un paro en la línea de producción. Es muy importante el lugar que dicha estructura le da al tiempo, es algo que no se puede perder por nada, ya que de hacerlo, la maquinaria se detiene, y no hacer nada (según nuestro tiempo) es improductivo.
Por otro lado, llamó mi atención la forma en que los diversos personajes de la película interactúan entre sí; lo hacen siempre mediante máquinas (desde micrófonos, cámaras y hasta una máquina para que los empleados coman de forma sistemática sin perder el tiempo).
El interesante punto es que la película es muda, detalle que no me pareció trivial. Los únicos diálogos que hay son por indicaciones dentro del trabajo de producción y ensamble. Todo tiene que cuadrar y engarzar para que funcione.
Funcionar, engarzar, producir, correr, ensamblar, efectivo, eficaz. Todos significantes que, pensé en ese momento, utilizamos casi a diario. En ese momento se me ocurrieron frases que suelo escuchar a diario, en el consultorio como fuera de él: “el tratamiento debe ser efectivo, debe funcionar”, “el tiempo es dinero”, “la familia es dis-funcional, está ensamblada”.
Podría enumerar muchas más pero me quedé con las que mas me llevaron a cuestionar el lenguaje que nos toma y, en función de ello, nos goza; es decir, con el que gozamos a diario.
Ahora bien, ¿qué quiere decir todo eso?: No lo sé, son frases, significantes que, como dirá Lacan, por sí solos no significan nada. Es decir, todo fantasma neurótico, todo fantasma que produce (otra vez esa palabra) un goce sin el cual no podríamos vivir pero que, paradoja mediante, nos conduce a la muerte.
¿Qué sentido tiene? Ninguno, el goce no sirve para nada, pero sin él seria vano el universo nos dice el maestro francés. Nuestra paradoja neurótica es que la muerta nos da el sentido de la vida, y en ese interín es donde se juega el deseo del sujeto.
Servir. Un significante bastante curioso e interesante; viene ligado a la misma estructura infernal. Sea lo que sea, tiene que servir para algo, aun que la respuesta mas rápida podría ser: Para gozar.
El capitalismo es uno de los discursos propuestos por Lacan y viene ligado a la dinámica que existe entre el Amo y el esclavo hegeliano, esa relación en principio dual, especular. Son dos los que interactúan y lo que se genera es una producción de Saber y una falta. Si el esclavo no supiese algo, al menos, no serviría a dicha dinámica.
En ese intervalo nace lo que Marx denomina una “plusvalía”, que luego Lacan tomará para pensar su plus-de-gozar. Esto quiere decir que entre el capitalista y la paga por la fuerza de trabajo hay algo que se pierde por un lado, pero se gana por el otro. Un sobrante que se re-incorpora a la estructura.
En nuestra historia, hay un punto de quiebre; y es en el momento en que nuestro protagonista se enamora; por supuesto, porque amar es dar lo que no se tiene. Su voz, y no por nada Chaplin rompe con dicha estructura y (mientras baila) canta por primera vez en el cine, le dona aquello que no tiene, su falta que se suma a la relación. Que si bien dijimos que era dual, también podemos pensar que es triangular, ya que la presencia del Otro es desde donde el discurso aparece, se discurre algo.
Aun que la pregunta seguía siendo ¿para qué?, se me iban despejando un poco las ideas, o complejizando. Aristóteles sostenía que el fin último era la felicidad, el bien último, el fundamento era ese ideal de felicidad.
Quizá no estaba errado en plantearlo así, ya que el discurso capitalista viene en un intento por obturar dicha falta y proponer un objeto (imaginario) que se ubique ahí. Aunque no computa el hecho de que siempre la Cosa falla y el mercado debe generarse constantemente para sostenerse (“Si tenés tal cosa vas a ser feliz”,etc.).
Por último, me quedé pensando en el principio de la película con una frase que resume y expone a toda la idea de la obra: “TIEMPOS MODERNOS; una historia sobre la industria, la iniciativa individual y la cruzada humana en búsqueda de la felicidad”.

Matías Spera

jueves, 17 de mayo de 2018

¿existe la comunicación?


Hace algún tiempo, me llegó la propuesta de realizar una intervención acerca de una problemática que se viene suscitando en este grupo de personas que me han consultado.
Es una problemática que tiene que ver con el tema de la comunicación; y se plantea de esta manera porque el concepto de “comunicación” encierra un problema complejo de sortear.
Los que me propusieron hablar sobre dicho tema, se preguntaban cómo hacer para que las fallas o malos-entendidos entre los que se intentan comunicar puedan reducirse a un nivel casi nulo.
Se presentaron protocolos, manuales, reuniones, actividades y hasta puestas en escenas. Sin embargo, nada de ello funcionó de la manera en que se pretendía.
La primera pregunta que me surgió ante dicha propuesta es si la comunicación realmente existe; es decir, si somos capaces de comunicarnos con el otro ser-hablante.
Si se piensa desde lo que denominan “teoría de la comunicación”, diversos autores sostiene de que existe una axiomática desde la cual el sujeto comunicante se puede posicionar. Una axiomática implica que hay postulados que no hacen falta ser demostrados ya que se los considera como verdaderos.
Si nos acercamos a los axiomas de la matemática o la lógica podemos pensar que estos axiomas se pueden poner entre paréntesis ya que hay postulados que son inconsistentes y verdaderos al mismo tiempo.
Si llevamos esto al terreno de la comunicación vamos a decir que las fallas, es decir, ese ruido que se genera entre lo que se dice y lo que se escucha es algo inevitable, y que el mal-entendido es universal. No podemos escapar a las fallas del lenguaje porque la estructura lenguajera ya de por sí está en falta, está fallida.
Decir eso genera un grave inconveniente ya que postular al lenguaje como una herramienta de la cual un sujeto se sirve y utiliza cuando quiere expresar algo le genera una imposibilidad. La analogía con un sistema computado (como se intentó en el pasado) cae por tierra ya que dicha imperfección es justamente lo que define la condición del sujeto.
Creo que la mejor forma de aproximarse a dicho tema se puede hacer desde la perspectiva freudo/lacaniana, que se sirve a su vez de toda la teoría que viene legada de los lingüistas y de la semiología.
Desde la antigua Grecia que se vienen realizando preguntas y debates acerca del lenguaje, cuáles son sus características y las teorías que intentaban explicar por qué las cosas de la realidad tienen los nombres que tienen.
Se ha hecho la introducción del concepto de significante; desde los estoicos, pasando por los lingüistas y llegando a los postulados lacanianos que lo invierten. Ya que sabemos que no existe una relación de arbitrariedad entre el significante (la palabra) y su significado (el concepto).
El significante tiene la característica de siempre remitir a otra cosa, es decir a otro significante; y el sentido que se desprende de dicha cadena va significando todo lo dicho anteriormente. Podemos pensar un ejemplo de ello:

Un hombre…
Un hombre bien…
Un hombre bien parecido…
Un hombre bien parecido a un mono.

A medida que se va leyendo cada una de las oraciones, cambia el sentido de lo que se dice de forma retroactiva; es decir, yo agrego palabras y lo anterior cambia completamente.
Entonces, hay que pensar que el lenguaje es una estructura desde donde el sujeto nace y es tomado por los significantes que le vienen del Otro, ese lugar que significa al sujeto. Sucede que dicho lugar (que puede ser ocupado imaginariamente por un significante: madre, padre, profesor, institución) se encuentra fallido desde el vamos.
Esto es fundamental ya que es lo que funda la estructura clínica tal como la conocemos: Neurosis, Psicosis y Perversión; y da la posibilidad de responder ante la demanda de ese Otro. Siempre se responde desde lo que llamamos “El fantasma”, que sería la única realidad para nosotros, la realidad que nos proporciona el lenguaje.
Lacan decía que él siempre decía la verdad, ya que al no poder decirlo Todo (por dicha falla), el mensaje siempre llega fraccionado y depende de lo que el otro escuche desde su fantasma.
Si nos preguntamos si la comunicación existe, yo creo que no; que no podemos comunicarnos. Eso sería poder transmitir un mensaje a otro y que llegue con un sentido perfecto de lo que intento decir. Pienso que dicho movimiento existe por ejemplo en los animales, donde una abeja le dice a la otra donde se encuentra el alimento; eso es el instinto. Lo que la abeja no puede hacer es decírselo en chiste.
Creo que no podemos comunicarnos por haber accedido al habla, y acceder a ello es haber resignado algo, haber perdido primordialmente el instinto para dar paso a la cultura.

domingo, 8 de abril de 2018

(Des)encuadre


Suele ser un tema bastante común hablar del famoso concepto de “encuadre” dentro de lo que implica la clínica analítica. El término  “encuadre” tiene una larga historia y se ha intrincado como pilar fundamental dentro de lo que es la práctica y la teoría; sobre todo en el campo de la psicoterapia como en la llamada psicología del yo.
Para realizar un breve resumen del concepto (y que no implique tecnicismos) podemos decir que el concepto se refiere a todo lo relacionado con las reglas que se imponen dentro del consultorio al inicio de un tratamiento; es decir, todo aquello que (para la psicología) no puede ser franqueable. Un ejemplo claro de ello tiene que ver con las pautas sobre el horario, los honorarios, la consulta, la modalidad e, incluso, el lugar en donde el paciente se va a sentar.
Se dice que todas estas pautas que se determinan al inicio son fundamentales ya que sobre ellas se encamina la estructura que va a dar “cuerpo” al tratamiento con el paciente.
Esto quiere decir que el analista –debe- alejarse lo menos posible de dicho encuadre para que el tratamiento o el discurso transiten por senderos que apunten a la solución de la problemática que dicho sujeto plantea.
También existe otra teoría, sobre el mismo concepto, que asegura que el sostén de dicho encuadre debe aplicarse como praxis general; es decir que el analista establece un tipo de encuadre según su estilo y recibe a sus pacientes insertándolos dentro de este saber que lo entiende como universal; es decir, a todos por igual. El encuadre es norma y, salvo raras excepciones, no se quebranta.
Se dice que es un pilar dentro de la teoría ya que, como sabemos, el sujeto que se acerca a una consulta (suponen) va a tratar de depositar en dicho espacio todo lo que implica su neurosis. Esto puede querer decir: llegar tarde, no pagar, tener olvidos, repetir y realizar actings con la figura del analista.
El encuadre que se establece viene a poner un cote o “ley” a dichos actos.
Ahora bien, ¿no se trata de todo eso la práctica que nos lega Freud? Es decir, el material de trabajo ¿no implica siempre un discurso con todos sus accionares y vericuetos?
Pensar este concepto, desde el psicoanálisis, siempre es un problema ya que nos plantea una serie de paradojas. La fundamental viene a estar protagonizada por el concepto de Transferencia. Si bien es cierto que el concepto de transferencia varía de acuerdo a la teoría desde donde nos plantemos, la contradicción mas grande es que no podemos universalizarla en el consultorio.
A veces hasta es un movimiento fundamental, justamente, romper con lo que se ha pactado previamente, porque lo que hay que entender es que aquello que está en juego es un goce que se traslada a la sesión y se causa por la figura del analista.
A todo esto hay que hacer una aclaración: tiene sentido pensar que un paciente va a una consulta en un horario y un lugar determinado, que los honorarios se establecen y que hay cierta pauta que habla, por ejemplo, de la frecuencia de las sesiones.
Pero, ha y que pensar, que el análisis se trata justamente de todo lo contrario, siempre implica un des-encuadre, una posición incómoda para el analizante, un cuestionamiento al discurso “coherente”, buscar el sin-sentido.
Todo ello requiere siempre de los manejos transferenciales que el analista pueda hacer. Es hasta fundamental romper con aquello establecido dependiendo de la modalidad de goce de cada uno.
Los honorarios pueden modificarse, los horarios también y, como decirnos siempre, a veces hasta es importante decir algo por teléfono o en el ascensor e incluso no representa lo mismo cuando se sube o cuando se baja.


MS.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Sobre el Deseo en psicoanálisis


Cuando pensamos en la cuestión del deseo tenemos que establecer grandes diferencias con respecto a lo que cotidianamente se entiende por desear; es decir que tenemos que hacer una oposición entre lo que, en psicoanálisis, entendemos por deseo y lo que pensamos como el anhelo.
El anhelo lo podemos entender como aquello que está ligado al registro de lo imaginario, es decir que lo entendemos como aquellos objetos imaginarios de la realidad que el sujeto quiere (el sujeto quiere cosas) poseer para satisfacer un goce pulsional por ejemplo. Sucede que solemos confundir este tipo de movimiento con el Deseo, tal y como lo pensamos en la clínica analítica.
Si lo dejásemos en este punto, podemos decir que estamos haciendo psicología, es decir, trabajando e interviniendo en un plano del discurso que solo ocupa la parte imaginaria, el “bla bla bla” del discurso corriente.
De todas formas, aquí nos encontramos ante una gran paradoja; ya que todo avatar fálico de cada sujeto se desprende del discurso imaginario que comentábamos, es decir que todo análisis implica un “hablar boludeces” que nos llevará al núcleo de su ser (como dirá Freud).
El Deseo del que hablamos tiene su nacimiento en la falla inaugural que funda la estructura, es decir que el lenguaje es aquello que nos atraviesa desde un tiempo mítico y nos condiciona en función de una pérdida, que llamamos objeto pequeño (a); es un objeto intangible que funciona como causa de dicho Deseo.
Entonces, al ser atravesado por el lenguaje, algo se pierde, y el recorrido del Deseo comienza en ese momento mítico. Dicho esto hay que hacer una incorporación fundamental: nada de ello ocurre sin la instancia del Otro, ese espacio desde donde nuestro sujeto nace y hacia donde se dirige su demanda (de amor).
Ese Otro del que hablamos es un lugar desde donde se produce un discurso que al sujeto lo toma; esto quiere decir que una persona no nace en el momento de su orden biológico, sino mucho antes, quizás en ese momento en donde es nombrado por el Otro. Ya en ese punto ese Deseo lo toma, por eso decimos que no hay hijos que no sean deseados, siempre hay un Deseo; la pregunta que a veces se desprende es ¿deseo de que?
Entonces, tenemos que el Deseo es siempre escurridizo, se escapa por las grietas del discurso en ese preciso momento en que pensamos que lo hemos conseguido, siempre se trata de otra cosa. Un ejemplo claro de ello tiene que ver con conseguir lo que uno quiere tan desesperadamente; sucede que el sujeto le huye a dicho encuentro ya que eso mismo genera una angustia de la cual se defiende pero que dicho encuentro no puede ser, en definitiva, evitado. Viene a cuenta de la famosa frase que solemos decir en psicoanálisis: el sujeto no tiene un Deseo, sino que el Deseo lo tiene a él.

sábado, 10 de febrero de 2018

Fragmento Perverso



Pensar la perversión nos lleva, en muchos casos, a generar grandes confusiones a cerca de aquello que en la práctica clínica entendemos por el concepto de “perversión”. Dicho término ha sido abordado desde diferentes perspectivas y, sobre todo, con una condena moral que implica al conjunto del contrato cultural que compartimos.
El concepto “perversión” viene del latín –Pervertere-  que quiere decir invertir o volcar. Es decir, que aquello que se entiende por perversiones ha implicado un vuelco con respecto a lo que se encuentra cultural/socialmente aceptado (desde las prácticas sexuales hasta los mecanismos con los que un sujeto se maneja en su vida cotidiana).
Es decir, que en este sentido, la perversión sería el fracaso de lo que se puede pensar como el deseo, si es que entendiésemos al deseo como aquello que se encuentra direccionado hacia un objeto; objeto desde el cual el perverso instrumenta para su satisfacción.
Sucede que, desde Freud y Lacan, la perversión como estructura clínica presente en un dispositivo analítico comienza a tomar otras vertientes a pensar.
Cabe destacar que la perversión, en este sentido, es entendida como un discurso que aparece en escena en transferencia con la figura del analista. Se suele realizar una gran confusión ya que también pensamos que la constitución fantasmática de un sujeto tiene una esencia perversa; es decir, y aquí se produce dicha confusión, que el fantasma de un neurótico también es perverso, y no solamente por los actings que un sujeto pueda llevar a cabo en su odisea siempre demandante hacia el Otro, sino también porque los rasgos perversos se ponen a la orden del discurso cuando se trata de las relaciones amor/odio.
Tenemos, entonces, que agregar que lo que entendemos por estructura clínica (neurosis, psicosis y perversión) depende de la posición que el sujeto tenga frente a su deseo y el goce que se forma como respuesta ante la inconsistencia siempre presente del Otro. Podemos pensar que allí donde un neurótico hace un síntoma como respuesta a un llamado del Otro; el perverso realiza un acting y toma el goce del Otro como instrumento para apropiarse de él generando, como siempre, angustia satisfactoria.
La trampa es la misma, en todas las estructuras, implica no bancarse la castración del Otro y “hacer “algo en respuesta al lugar donde se lo convoca a responder de alguna forma.
Sucede con la perversión que las implicancias clínicas que esto tiene no suelen caer demasiado en gracia al analista neurótico, es decir, aquello que no se banca éste es esa forma que el perverso encuentra para darle sentido a su ser. Produce angustia y se defiende (o lo deriva).
Es absolutamente mentira que los perversos no consultan ni van al analista; si pensamos de esta forma estaríamos contradiciéndonos ya que en la perversión hay angustia y también deseo; es decir, también es una estructura en falta.
Lo que genera defensa y rechazo es que el mecanismo perverso implica una escena en la cual el objetivo es generar angustia en el Otro y servirse a expensas de ello para gozar y, lo que hace todavía más insoportable a la escucha neurótica es que dicho sujeto esté advertido de todo esto. Quiero decir que existe un cálculo previo para generar angustia y así poder gozar del Otro (puede ser en este caso del analista como de cualquier otro).
Las perversiones nos llevan a re-pensar la estructura neurótica ya que, como diría Freud, es la otra cara de la misma moneda fantasmática.

martes, 30 de enero de 2018

Cuando de inconscientes se trata...

Cuando Lacan toma el concepto de "Inconsciente" y decide incluirlo dentro de su enseñanza y en el marco del Seminario que dio sobre los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis no lo hace inocentemente; sabemos que nunca da puntada sin hilo.
Si bien es un término que se encuentra anudado con el de la repetición, la transferencia y la pulsión; lo hace, desde el comienzo, para diferenciarse del inconsciente tal como lo toma la psicología desde la obra de Freud.
Para pensar dicho concepto, hay que decir que el invento freudiano se pone en primer plano cuando se trata de debatir el cómo se lo entiende desde la praxis analítica; es decir, desde la escucha clínica.
Esto nos lleva, de inmediato, a plantarnos en la vereda opuesta a lo que la psicología entiende por "inconsciente" y es necesario plantear que no se trata de un sistema o lugar físico que se pueda detectar en el sujeto (no aparece en ninguna tomografía computada), como tampoco se trata de pensar que lo inconsciente tiene que ver con aquello que se encuentra en las "profundidades" del sujeto; algo así como la idea de que el analista viene a ser una especie de investigador que se ocupa de desentramar las zonas que se encuentran en la oscuridad del ser de dicho sujeto.
Como sabemos, con la enseñanza de Lacan, nada mas lejos de lo que quiso transmitir Freud desde su clínica. Hay que decir que "El" inconsciente ya deja de ser un lugar tópico del aparato psíquico y pasa a ser (desde la segunda tópica freudiana) una cualidad de un elemento.
Con Lacan podemos decir que ese elemento que mencionamos es aquello que tiene que ver con el significante. Entonces, diremos que ya no hablamos del inconsciente sino de "Lo" inconsciente, y eso inconsciente tiene que ver con aquello que, para el sujeto, le viene del futuro.
La frase futurista de Lacan genera mucha controversia porque termina con el mito que dice que lo inconsciente es aquello que se ubica por debajo de la consciencia y, desde allí, ejerce una fuerza de la cual el sujeto no está advertido ni se responsabiliza sobre tales dichos.
Lo inconsciente es un discurso (estructurado como tal), uno que viene del Otro (A) y que lo toma al sujeto, casi, por sorpresa. Pensamos, desde el mencionado Seminario 11, que se encuentra allí donde la cadena significante falla; hay una hiancia y un encuentro. Solo que dicho encuentro, como siempre, es fallido.
La famosa carta 52 que le envía Freud a su amigo Fliess ya lo anunciaba: lo inconsciente es lo psíquico real del sujeto y dichos elementos (que en esa carta tenían que ver con la memoria) se le presentan como aquello que discurre en el hablaje cotidiano.
Con la figura del Analista, la cuestión cambia, ya que ante la intervención de su presencia causa en el sujeto la posibilidad de generar un nuevo sentido a la cadena, un sentido agregado que se genera en un segundo tiempo.
Lo inconsciente no tiene que ver con el pasado del sujeto, como suele pensarse, sino con el futuro de aquello que ya ha sido dicho pero que implica un segundo elemento para poder encausar un goce fálico que en el sujeto impera.