viernes, 18 de julio de 2014

Una Ética...

Hablar de una ética del psicoanálisis siempre plantea controversias e interrogantes sobre lo que se entiende por ella.  Tanto así como la diferenciación, que el propio concepto de ética nos deja, con lo que entendemos por una ley moral que se instala en la estructura y de alguna manera determina una relación lógica entre los elementos que rigen la realidad del sujeto.
Una realidad en la que el sujeto se instala y que solo puede abordarse desde el lenguaje. La única realidad con la que el sujeto cuenta para llevar adelante su existencia es una realidad del lenguaje; una realidad que pensamos como fantasmática.
Hablar de ética y de moral nos remite a plantear qué entendemos por El bien y El mal; tanto así como preguntarnos qué quiere decir que  el sujeto del psicoanálisis pueda estar bien en el mal.
Pienso que para poder recorrer estos senderos es importante hacer un comentario sobre lo que, tanto Kant como Sade, tienen para decirnos al respecto. Textos que Lacan analiza para luego cimentar una posición en la que se ubica el analista en función de su praxis (praxis que constituye un juego entre los elementos como el deseo, la ley, la pulsión y el goce).
Desde una perspectiva kantiana nos posicionamos desde un lugar que entendemos como universal; es decir que Kant propone el concepto de imperativo categórico para dar cuenta de cómo circula la ley moral en el sujeto y la búsqueda del bien. A la cual Lacan propone como un callejón sin salida.
Hablar de imperativo categórico implica aquellos mandatos que son incondicionales, que se imponen como superiores por su valor universal y desde ese lugar ejercen un poder sobre el sujeto.
Ahora bien, contamos entonces con una máxima que tiene pretensiones de ser ley universal. Y para que sea constituida como universal no quiere decir que se imponga a todos sino que valga para todos los casos.
El imperativo moral actúa desde el lugar del Otro, desde donde su mandato nos requiere. Lacan plantea que la bipolaridad con que se instaura la ley moral no es otra cosa que esa escisión del sujeto que se opera por toda intervención del significante: concretamente del sujeto de la enunciación al sujeto del enunciado.
Por otra parte, podemos plantear que la máxima sadiana es más honesta puesto que “desenmascara la escisión del sujeto”. Sade juega con una ley moral que implica el acto de irrumpir en el otro y gozar de él; derecho del cual Sade piensa poseer.
Tanto la ética kantiana como la sadiana nos llevan a cuestionar al sujeto en su realidad fantasmática. Desde una perspectiva sadiana, Lacan plantea que ese fantasma tiene una estructura en la que el objeto no es más que uno de los términos en que puede extinguirse la búsqueda de la figura. Cuando el goce se petrifica en él, se convierte en el fetiche.
Es decir, que esto es lo que sucede con el ejecutor en la experiencia sadiana ya que su presencia en el límite se resume a no ser ya sino su instrumento.
Es preciso que ahora nos interroguemos sobre las cuestiones que hacen tanto a la ley como al deseo, y como estos dos elementos se ligan en el fantasma del sujeto.
En el Seminario 7 sobre la ética, Lacan plantea que la realidad para el hombre está estructurada como siendo lo que siempre vuelve al mismo lugar y estando ese Das Ding siempre en el centro.
Lacan sostiene que  ésta búsqueda de lo que siempre vuelve al mismo lugar se liga con el concepto de lo que llamamos ética; y que no es simplemente el hecho de que haya obligaciones, un vínculo que encadena, ordena y hace ley.
La ética comienza en el momento en que el sujeto plantea la pregunta sobre el bien (su bien) que había buscado en las estructuras sociales y donde es llevado a descubrir que es lo que vincula la ley con la estructura misma de su deseo.
La ley moral, decimos entonces, se articula con lo real por ser, no solamente aquello que insiste, que vuelve y que molesta sino también por ser garantía de la Cosa.
Lo que se desprende de estas líneas es que Kant y Sade son de la misma opinión, pues para alcanzar Das Ding y arribar al deseo, ambas éticas ponen al dolor en el horizonte de sus miradas.
Kant lo expresa así: “En consecuencia, podemos ver a priori que la ley moral como principio de la determinación de la voluntad, perjudica por ello mismo todas nuestras inclinaciones, y debe producir un sentimiento que puede ser llamado de dolor”.
Entonces, al hablar del dolor debemos plantear tanto el dolor del prójimo (Nebenmensch) y también el propio dolor del sujeto; que son una única y misma cosa.
Entonces, planteamos que ese Das Ding estaba ahí desde el comienzo, que es la primera cosa que pudo separarse de todo lo que el sujeto pudo nombrar. La ley, dice Lacan, no es la Cosa, sin embargo no hubiese tenido idea de ella si no fuese por la ley; por lo que sin la ley, la Cosa está muerta.
En el medio de estas paradojas nos encontramos con la posición del analista frente a un sujeto que desea y que goza. Un sujeto que articula toda una cadena infinita de significantes en la cual su fantasma se hace oír y donde no tiene otra manera de presentarse ante el Otro si no es a través de su demanda.
Ante este escenario, el analista juega con los elementos que su propio fantasma le deja captar y en esto se ubica la cuestión del bien. De ese Bien que el analizante padece, sufre, interroga y ante el cual muere.
El Bien del sujeto lo goza, lo apabulla y lo hace vacilar. En estos términos lo que el analista debe escuchar e ir a interrogar es la posición del deseo  y como éste se articula en los tres registros que  ya conocemos.
De lo que se trata en definitiva, y ésta es la posición ética, es de escuchar y poner en cuestión lo que se juega en el terreno del deseo del sujeto y ‘no-querer-su bien’ implica un corrimiento del lugar de supuesto saber para dar espacio a la producción fantasmática del sujeto, que nos llevará a su-Cosa. Palabra que en definitiva no quiere decir otra cosa que Su-Causa.