La
pregunta acerca de qué (cosa) es un
caso clínico me lleva directamente a pensar la práctica analítica en su
conjunto; esto implica la posición en la que se ubica el analista tanto como el
lugar en el que se aloja el analizante. También podemos aseverar que no todos
los sujetos que se acercan a la consulta se constituyen como analizantes; es
decir que nos preguntamos cuáles son los elementos que tienen que aparecer en
el dispositivo analítico para que dicho sujeto se ubique bajo el significante
de “analizante” y cumpla con ello una función específica: la de hablar y tratar
de implicarse subjetivamente en algo que lo toque con su modalidad de goce.
Claro
que éste proceso no se lleva a cabo de inmediato, sino que tienen que darse algunos
factores para que esto ocurra. Uno de éstos factores es el de la transferencia;
es decir ese lazo que de alguna manera causa
tanto al deseo del analista como al del analizante.
Si
hablamos de transferencia debemos pensar en la forma en que Lacan la definió y,
siguiendo ese lineamiento, pensar como se hace de eso un caso de presentación clínica.
Lacan
habla de transferencia en función del amor; es decir, él la define como amor a
un saber. Sabemos que el psicoanálisis rompe con la idea de que el saber existe
y se lo puede captar e instaura una línea de pensamiento que tiene que ver con
un saber que en realidad está en falta; y que toda estructura parte de un
conjunto al que algo le falta; hay un resto dice Lacan, algo que se pierde y
que pasa a formar parte de la mitología del sujeto.
Dijimos
hace un momento “amor a un saber”; con esto podemos introducir la
conceptualización lacaniana de que existe un sujeto-supuesto-saber (SsS), en el
cuál se ubica la figura del analista, que ofrece una escucha.
Pero
me pregunto: ¿Qué sabe el analista?. Un sujeto viene a la consulta porque algo
le hace ruido, porque (como diría Lacan) algo del mundo no anda bien o porque,
como suele decirse en psicoanálisis, hay algo de la vacilación del fantasma que
causa en el sujeto una pregunta que lo lleva a consultar.
Piensa,
en su fantasma, que la figura del analista sabe,
¿Qué sabe?: sabe sobre su goce, tiene ideas acerca de por qué sufre, tiene las
respuestas.
Todo
este bagaje de elementos hacen a que el sendero de la transferencia se ponga en
marcha, transferencia que muchas veces comienza siendo imaginaria (no sin dejar
de ser real y simbólica) y que demandan del analista ciertas certezas sobre
dicha problemática.
Está
claro que aquí la posición del analista entra en juego porque se le demanda un
saber, un supuesto saber que (como todo engaño neurótico) no tiene.
Ahora
bien, al principio nos preguntamos acerca del caso clínico, y cabe destacar que
la transferencia, la demanda, el goce (de la repetición) y el fantasma hacen que
se genere una situación analítica (o por lo menos en algunos casos). Sin
embargo no todos los analizantes constituyen la elección para ser pensados como
un caso clínico.
Tiene
que existir algo del orden del deseo del analista que toque algún punto en su
real, que lo implique subjetivamente para que pueda elevar dicho discurso a un
nivel de ser presentado como caso; es
decir, el analista trabaja con su fantasma, con su experiencia y está
atravesado por un deseo.
Dicho
deseo lo lleva a pensar si el discurso que éste está escuchando sirve para
posicionarlo como caso clínico. Un caso tiene que tener características del
orden de poder ser generalizado teóricamente y que éste también sirva para
echar luz sobre conceptos que aún siguen siendo motivo de investigación.
El
caso debe tener los elementos para que pueda atravesar esas barreras que están
detenidas. Esto también genera un problema ya que hablar de generalización en
psicoanálisis es muy controversial.
Partimos
de una escucha singular, de un goce que no se repite en otro sujeto; entonces
nos preguntamos cómo hacer para que de un caso se pueda universalizar dichos
elementos.
El
caso tiene que servir para pensar la problemática del sujeto, partiendo del
discurso de uno solo.
Si
pensamos al psicoanálisis desde una terapéutica de lo Real, del tratamiento de
lo Real por lo simbólico cabe destacar que dicho Real es una presencia única e
inerte que se encuentra alojada en el discurso del analizante.
Para
constituir un caso clínico es importante que el analista pueda escuchar algo
del orden de éste Real, siempre mediado por la palabra, y que esa verdad
(fallida) pueda transcribirse para ser presentada.
Sucede
que dicho movimiento también se encuentra mediatizado por el deseo y el
fantasma del analista y sin-saberlo genera él mismo el espacio para que se
ponga en marcha el motor del análisis.