miércoles, 3 de julio de 2019

Si un árbol cae ¿hace ruido?


Hace algunos días pude oír una frase que en la vida cotidiana suele repetirse al estilo de un juego que encierra cierta paradoja; lo que puede provocar lo que a veces llamamos “ilusiones” que nos entretienen bastante y hasta puede sonar desafiante. Un ejemplo de ello sería preguntarse si primero vino el huevo o la gallina.
La frase dice así: “Si un árbol cae en el medio del bosque pero no hay nadie que pueda escucharlo ¿hace ruido?”.
Esta frase tan conocida por la mayoría de la gente  llevó a preguntarme por qué el árbol no haría ruido si hablamos de materia y vibraciones en el aire. Hasta ese momento la pregunta que me inquietó un poco había quedado en stand by (como se suele decir). Sin embargo, leí una hipótesis que sostiene la física cuántica que invita a pensar la propia realidad de las cosas; ésta hipótesis reza que “el observador crea la realidad”. Es decir, que en función de la posición del observador las cosas pueden ser diferentes dependiendo del caso, incluso estar ante la posibilidad de que no existan.
Es un tipo de idea que viene a romper con la física más clásica, es decir la de la causa y efecto. Se sostiene que todo evento tiene una causa y que el desencadenamiento de los mismos tiene una suerte de determinismo. Un ejemplo de ello sería que si a una persona le sucede algo en el tiempo presente, podría ser por causas del pasado que han ido desencadenando. Digamos que sería una física mas al estilo Newton, con cuerpos separados que transfieren  energías.
Ahora bien, en función de todo ello pude pensar qué tenía que ver todo esto con el psicoanálisis y la posición del analista.
Me resulta interesante el cambio de paradigma propuesto por Lacan cuando sostiene ésta idea de que “el analista” tiene que ver con un discurso; y ello me llevó a pensar que si pudiésemos cambiar algunas palabras de la frase del árbol nos daría pié para arribar a una clínica un tanto diferente a la propuesta por la psicología. Si, por ejemplo, en lugar de hablar de “observador” pudiésemos hablar de un lector caeríamos en la cuenta que la realidad la crea o modifica el que lee el discurso del paciente que trae a la consulta su angustia y padeceres.
Si seguimos sosteniendo, al estilo freudiano, que el inconsciente se des-cubre estaríamos “pisando el palito” y cayendo en la trampa. En ese punto nos engañamos en la relación causa-efecto; es decir, que creeríamos en la idea del trauma. Hubo un evento (un hecho) que produjo una herida y al des-taparlo, el síntoma cede. Bien freudiano, es una posibilidad.
En cambio si tomamos la propuesta de Lacan podemos decir que las heridas se crean en el análisis. La palabra tiene función creadora dijo el maestro francés en algún momento. Entonces, cuando a un paciente no “se le ocurre nada” solemos pedirle que invente. Que pueda crear la realidad ahí.
Para concluir éste breve comentario sobre el tema, podemos pensar que al ser sujetos del lenguaje y atravesados por lo que llamamos el significante; decimos que el sujeto al inventar ésa realidad le da entidad solamente en función de su lector, es decir, el analista. Por eso todos los analistas leen/escuchan diferentes realidad de (si se quiere) un mismo sujeto.
Entonces, si partimos de la base de que nuestra realidad es discursiva ¿existen las llamadas patologías o estructuras por fuera de todo esto?
Al ser nuestra realidad discursiva caí en la cuenta de que el árbol efectivamente hace ruido, porque logra producir vibraciones en el aire. Lo que no puede producir nunca es “ruido de un árbol cayéndose”.


MS.

lunes, 24 de junio de 2019

introducción a la angustia


“Me estoy atando los zapatos, contento, silbando, y de pronto la infelicidad. Pero esta vez te pesqué, angustia, te sentí previa a cualquier organización mental, al primer juicio de negación…”
‘Rayuela’, Julio Cortázar.

Cuando encontré éstas líneas en el texto del maestro argentino pensé inmediatamente en el aforismo lacaniano sobre la angustia que tanto nos gusta repetir a los analistas, “la angustia no es sin objeto”. Más allá de la genialidad poética, nos permite ir introduciéndonos en el campo al que queremos abordar con el texto de Lacan.
Ciertamente hay que hacer algunas puntualizaciones que abren la posibilidad de pensar al concepto de la angustia como una de las claves de toda clínica analítica; es decir, de toda posición que implica una escucha causante de dicho significante.
Que la angustia no sea sin objeto quiere decir que el sujeto de nuestra lectura (podemos ir usando ésta palabra en cambio de escucha, si se quiere) está atravesado, desde el vamos, por la estructura del significante.
Estructura del significante que plantea la idea de que hay una causa de dicho sujeto y de dicha lectura.  En éstas clases del seminario que Lacan dictó sobre el concepto de la angustia, plantea que el campo del Otro, ese lugar de existencia lógica que solo podemos aprehenderlo vía el lenguaje y siempre como fallido, se encuentra allí desde el origen.
La idea radical de Lacan en dichas clases es que la angustia posee un objeto que se presenta como siendo causa. Marcando una tajante diferencia con la idea de angustia como fenómeno que aparece ante nuestros sentidos y que se dirige intencionalmente hacia un objeto tangible de la realidad. Ya no se trata de eso.
Se trata de que pensemos la angustia, término motor de nuestra práctica, como lo que se inventa en el dispositivo y vía transferencia con la posición del analista. Claro está que en esta instancia ya no hablamos de personas, individuos, emociones o parámetros de salud mental sino de discursos que se crean y circulan en la praxis que nos compete.
Lacan nos invita a pensar que si el observador (el que lee/escucha) es el creador de la realidad estamos ante la idea de que la angustia se crea vía la apuesta que cada analista haga (fantasma mediante) de la cadena discursiva presente, ya que no hay otra alternativa de que ello venga del futuro.

A continuación dejo la clase y debate al respecto..


Matías Spera

lunes, 10 de diciembre de 2018

Psicólogia y Psicoanálisis: Diferencias


Cuando se plantean éste tipo de preguntas que encierran las variaciones y problemáticas en distintos campos que se ocupan de lo que le sucede a un sujeto, suelen presentarse confusiones que van desde lo teórico y que se plasman en la cotidianidad clínica; es decir, en los que-haceres que implican a los psicólogos y a los analistas.
En principio, lo podemos decir de entrada, cabe aclarar que éstas dos disciplinas son estrictamente diferentes, tanto por su corpus teórico como así en la clínica que se despliega en el dispositivo.
Es cierto que es tentador caer en la dialéctica acerca de qué viene primero; digo, si la teoría o la práctica. Creo que, en principio, la formación de un analista viene atravesada por los textos. Esto no quiere decir que “ser” analista quiera decir “saber mucho sobre psicoanálisis”, pero también es cierto sin ello, la práctica no tendría sentido.
Cuando menciono la palabra TEXTO, recuerdo una frase de Jacques Derrida cuando menciona que: “somos texto” y que no hay nada por fuera de ello. Así también lo hace Nietzsche cuando refiere que somos esclavos de la gramática y que toda pasión es una prisión. Y así, vamos de prisión en prisión.
Freud lo ha mencionado en varias oportunidades pero hay una instancia de su obra en la cual viene a plantear cortes y diferencias tajantes con otras disciplinas, sobre todo con el discurso médico, del cual él mismo es heredero.
Esta instancia tiene que ver con su texto “psicopatología de la vida cotidiana”; donde menciona una serie de ejemplos y casos en los cuales concluye que los olvidos, los equívocos, los despistes, los murmullos, y todas las variaciones de lo que al sujeto le suceden, es decir, le pasan; no tiene que ver con errores cognitivos ni dificultades en la incorporación del aprendizaje.
Freud nos viene a contar en dicho texto que todos esos fenómenos son fundamentales para el análisis. Son esas instancias en las que el sujeto que habla, que viene armado a su análisis, pasa a la instancia de ser-hablado. Aquí tenemos la primera gran diferencia con la psicología.
Lo que para la teoría de la comunicación se menciona como el “ruido” de la misma, esa palabra que no llega al receptor, el famoso “teléfono descompuesto” que se quiere suprimir para que nos entendamos cuando hablamos. Es justamente eso mismo lo que en psicoanálisis se toma como pieza angular del material a trabajar.
Somos sujetos del significante, sujetos que solo existimos enganchándonos a una palabra que nos represente: Hombres, mujeres, niños, madre, profesionales, etc. Todos significantes que utilizamos para “ser algo”.
El lenguaje no es, como se piensa en psicología, una herramienta que utilizamos para hablar. Todo lo contrario, el lenguaje (como estructura) nos toma desde los inicios. Es nuestro “trauma de nacimiento” que nos habita.
Cuando acudimos a un análisis, llevados por una angustia que atraviesa y hace sufrir, nos pone en jaque el mismo lenguaje. Ahí es donde se juegan todas las resistencias y las paradojas, ya que no queremos saber nada de ello.
Todo ello nos lleva a la gran pregunta que genera un corte entre las dos prácticas. La pregunta por la Realidad.
¿Qué es? Pregunta difícil si las hay, ya que dependiendo del lugar desde lo leamos puede significar diferencias en nuestra práctica.
Para el psicoanálisis, la realidad es fantasmática, esto quiere decir que solo podemos pensarla desde lo simbólico y que no hay una realidad pre-discursiva. No hay nada por fuera del discurso, y si lo hay, solo podría existir si le damos entidad significante (enorme paradoja).
En este sentido vale la pena citar al matemático Wittgenstein cuando dice que “el límite de nuestro mundo es el límite del lenguaje”.
Un ejemplo cotidiano de esto tiene que ver con los animales domésticos; se suele escuchar que el “perro está contento porque mueve la cola” o “ladra porque tiene hambre”. Contento y hambre son significantes que le donamos para crear una realidad.
 Por ende, es imposible pensar en UNA realidad; en este sentido va a depender de cómo cada sujeto se articuló al campo donde nació, es decir al Otro.
Gran diferencia con la psicología y sus pretensiones de cientificidad a lo largo de la historia. Un ejemplo claro de ello son las baterías de los test diagnósticos; que para lo único que sirven es para que el terapeuta se defienda de su propia angustia. Como solemos decir, el test no “cura” a nadie, sirve para clasificar al sujeto; para poder responder a la pregunta ¿Qué es? Y ¿Qué tiene?
Lo que sí sabemos, es que cuanto más se escucha el diagnóstico, menos se escucha al sujeto que se encuentra delante nuestro.
Lo mismo corre para aquellos analistas que anotan todo lo que el paciente dice, para que “no se escape nada de lo importante”. Así mismo, otra forma de defenderse que tenemos los analistas y evitar la angustia de que algo se nos pierda. Cuando, en verdad, lo importante es que ese objeto perdido circule en el dispositivo.
Por último, cuando se pregunta qué es ser analista o ser psicólogo basta con pensar que tiene que ver con la escucha y por cómo leemos el trazo del sujeto. No es la persona-imagen que propone la psicología. Por eso, cuando un paciente habla de otro, se queja de su padre o su madre; tenemos que pensar que habla de él, de su realidad, sin importar tanto si los hechos que relata ocurrieron o no. Son reales porque los está incluyendo en una novela que lo atraviesa y lo angustia.
El padre y la madre no son las figuras de la cultura, es decir,  si está en la casa o se fue al trabajo. Son esos significantes que aparecen en el discurso, en el discurrir de su ser que lo des-controla. Porque, como decía Heidegger, somos poemas antes que poetas.

jueves, 6 de diciembre de 2018

La Mentira como Verdad


Hace algunos pocos días alguien me consultaba por un tema que, en general, suele escucharse y/o debatirse cuando se trata de lo que ocurre en el espacio clínico que convoca tanto al analista como al paciente que consulta por alguna cuestión.
El tema era ‘la mentira’. Mas puntualmente, la pregunta era: ¿qué sentido tiene ir al psicólogo si le vas a mentir? O “tengo que venir para decir la verdad sino ¿para qué? (en un tono jocoso).
En función de dichas frases que vengo escuchando (entre otras similares) se me ocurrió poder dar un rodeo  a esta cuestión de la mentira y la verdad que muchas veces, dependiendo del ámbito en el que se la proponga, obtiene implicancias diferentes.
Sabemos que mentir o decir la verdad en un determinado ámbito (cuando se trata de algo advertido por el sujeto) puede traer consecuencias que lo pongan en jaque. Lo podemos pensar en términos amorosos, sociales e incluso jurídicos.
Pero cuando se trata de la praxis que hace al análisis, las cosas se subvierten de tal forma en que la confusión puede llegar a engañar al analista y al pensar el trazo de un sujeto que viene amarrado a un discurso.
La relación de la mentira con la verdad tiene un estrecho vínculo, se ha tratado desde los tiempos de Sócrates hasta nuestros días. Y nos sigue atravesando en los cuestionamientos que nos planteamos a la hora de escuchar un discurso en el dispositivo clínico.
Hay dos frases (de las miles que se han dicho) que me han generado interés para poder dar una vuelta a nuestro tema: Lacan decía que “la Verdad tiene estructura de ficción” y, por otro lado, Nietzsche mencionaba que “la Verdad es la mentira más eficaz”.
Pensando estas frases, entramos en una gran paradoja y las preguntas que surgen de ella. ¿Se puede decir la Verdad? O mejor dicho; ¿Hay diferencia entre mentir y decir la Verdad?
Podemos ir planteando que el sujeto que nos compete en nuestra práctica es un sujeto que no tiene otra forma de aparecer si no es aferrado a un significante (palabra) que lo represente. Es decir, no hablamos de individuo o de persona que viene a nuestro consultorio y se sienta en el sillón a hablar. Podríamos hasta decir que en ese punto no hay sujeto para lo que nos interesa; se presenta como cargado de objetos imaginarios que por diversos motivos hacen tambalear su estantería coherente y decide tocar nuestra puerta porque algo del orden de la angustia comienza a jugar su papel importante.
La persona comienza a hablar y caemos en la cuenta que sus palabras no le pertenecen; es decir, es un error pensar que el lenguaje es nuestro, no se trata de una herramienta que seleccionamos como una “app” para poder expresar lo que sucede. Todo lo contrario. A nuestro sujeto lo sucede una serie de palabras en la cual, por el motivo de cada uno, se encuentra inserto.
Los significantes le vienen y cada quien se engancha de diversos modos. Ese orden que se establece, esa serie, tiene que ver con el goce que cada sujeto ha ido construyendo y que, al momento de la consulta, lo viene mortificando, viene perdiendo más de lo que se encuentra ganando.
En este punto hay que estar advertido que el sufrimiento o la queja no quiere decir que dicho sujeto quiera o pueda sostener eso que dice querer. Hay que pensar que en la neurosis hay un gran ímpetu para huir del deseo. Deseo que implica siempre un atravesamiento por la angustia y que muchas veces se está dispuesto a pagar pero  “hasta ahí”. Un poquito nomás.
Si pensamos que el sujeto especula con aquello que viene a decirle al analista para que la cosa “mejore” ya estamos en el terreno de lo más defensivo que existe, su Yo, su armado.
Sin embargo, todo discurso se encuentra armado y listo para que suene coherente; un gran esfuerzo (en muchos casos) para que no haya fallas.
Pero Lacan mencionaba que la Verdad no puede ser toda dicha. Esto quiere decir que existe, por el solo hecho de estar captados por el lenguaje, una pérdida originaria que funda la estructura; una estructura que la pensamos como clínica cuando el sujeto, en transferencia con el analista, se posiciona como Neurótico, Psicótico o Perverso (a nuestra escucha).
Las palabras no alcanzan, algo siempre se pierde y como respuesta ante dicha situación de falta/falla, el sujeto arma una posible respuesta; una hipótesis para el Otro. Hipótesis que llamamos Fantasma y que tiene que ver con la realidad del sujeto, todo aquello que él entiende como siendo “lo que le sucede”, incluso su historia.
Un claro ejemplo de lo que decimos tiene que ver con la frase "YO MIENTO". En la cual el sujeto se encuentra implícito en la frase que menciona y que lo lleva a una encrucijada ya que, en términos de lógica, la frase es verdadera. Sin embargo, dice estar mintiendo.
Poco importa si aquellos sucesos que relata sucedieron realmente o no. Son reales en términos de lo que está diciendo en nuestro sillón ya que, como dirá Freud, se sufre de los recuerdos (reales o no).
Si el paciente viene a chamuyar, a diferencia de otras disciplinas como por ejemplo la psicología, es fundamental. El sujeto mismo es el “chamuyo”, y llegar al núcleo de su ser, implica un pasaje por las vías de aquellos significantes que éste mismo toma en su relato.
Cuando miente, dice la verdad, su verdad. Su fantasma se pone en marcha. Podríamos preguntarnos por qué elige ese chamuyo y no otro, por ejemplo.
Sucede algo similar cuando escuchamos ciertas escenas delirantes (independientemente de la estructura de la que se trate) que generan angustia sin haber acontecido en lo factico del tiempo.
En este sentido y para nuestra praxis, la única ciencia que existe es la ficción. Ficción que nos puede llevar a escuchar cuál es el lugar en el que nuestro sujeto-sufriente se está parando y desde dónde demanda. Una demanda que siempre es de amor y que, lejos de implicar un acercamiento a una respuesta que encaje en sus preguntar; lo atrae cada vez más a un des-encuentro que lo des-encuadre y que le haga “caer la ficha” que no hay relación sexual, no hay proporción y que la falla que genera lo simbólico hace ecos en un real que no deja nunca de no inscribirse.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Sobre la transferencia (del) analista

Si pensamos detenidamente el concepto de transferencia podemos escuchar y hasta observar, en unos cuantos casos, como dicho significante se inmiscuye en nuestra práctica clínica cotidiana.
Lo menciono como concepto porque, como solemos decir dentro del dispositivo analítico, se trata siempre de los significantes (palabras) que se ponen en juego y se encadenan en un discurso que, justamente, discurre en el analizante (el paciente).
Por otro lado, lo menciono también como problemática ya que la transferencia ha sido, desde sus inicios, un problema para los analistas. Véase que no hago gran referencia al paciente, sino más bien a lo que ocurre con la posición del analista; que es aquello que en éstas líneas nos interesa.
En una primera instancia, podemos decir que la transferencia no se presenta como algo “natural” en el ser humano. Es decir, sabemos que desde aquel momento lógico en que el sujeto o proto-sujeto (lo que aún no es) es atravesado por el lenguaje estamos ante un problema a considerar en nuestra vida cotidiana. Digo problema porque la dimensión del amor/odio ya comienza a jugar su partida y sus movimientos que amarran al sujeto a ciertas palabras que lo representan.
La transferencia no ha sido patrimonio del psicoanálisis, en principio. Quiero decir; un sujeto puede ponerse en transferencia con el vecino, la panadera, el club de fútbol, las instituciones o (incluso) con otros sujetos que ya han fallecido o nunca conocidos.
Sucede que, cuando Freud y sus contemporáneos comienzan con su práctica analítica en los tratamientos con sus pacientes neuróticos (en su mayoría) se encuentran con que hay cuestiones que comienzan a interferir en la prosecución del análisis y dicho vínculo amoroso es justamente el obstáculo. Vaya paradoja!
Digo paradoja porque Freud la comienza a desarrollar teóricamente y descubre que aquello que funciona como el motor del análisis, es también aquello que “nos hace pisar el palito”. Es decir, su resistencia.
Claro que Freud estaba advertido, hasta ahí, de dicha problemática. Lo desarrollado por Freud con respecto a este concepto lo podemos clasificar, si se me permite el forzaje, en uno de los registros propuestos por Lacan, es decir aquello que es atravesado por lo imaginario, por la imagen.
El Edipo en Freud está bastante infatuado de figuras imaginarias (no digo que no las haya) pero él elabora una transferencia que se pone en juego en un momento del tratamiento y que implica que el analista deba sortear, ya que se la puede interpretar (dirá Freud) como resistencia.
Claro que el maestro vienés tira la pelota para el otro campo. Me pregunto ¿resistencia de quién?
Hay dos textos que me han parecido interesantes de citar en estas líneas: Uno es “sobre la dinámica de la transferencia” y el otro es “recordar, repetir y reelaborar”.
Lacan va a decir que de lo único que se habla en un análisis es de amor, y de odios. Estos dos textos me parecieron importantes ya que Freud plantea que la dinámica de la transferencia trata de un pasaje, de una proyección de imagos parentales en la figura del analista por parte del paciente, y se pueden pensar frases como: “usted me odia como mi padre” o “usted me ignora como…” y ponemos el significante que queramos.
Freud dice, entonces, que de lo que se trata en la Transferencia es de una repetición que el sujeto pone a funcionar casi sin querer, queriendo. Se repiten las dinámicas edípicas, pero ahora con la figura del analista.
El problema es el amor, lo es desde aquel banquete en el que participaban Sócrates y sus discípulos. Sócrates, escuchaba, guiaba, interpelaba y preguntaba sobre ello mismo.
Mencione antes que la propia transferencia se presenta como resistencia, para Freud. El enamoramiento con el analista puede ser un problema, y vaya que lo fue para él.
Las inversiones dialécticas en el caso de Dora tuvieron su lugar en un problema transferencial. Por eso me pregunto si la resistencia tiene que ver con la transferencia que el paciente establece con el analista o si la resistencia es del analista, tanto así como la angustia que le genera.
La neurosis de transferencia es otro de los conceptos desarrollados por Freud. Menciona que durante el transcurso del tratamiento se crea una “nueva enfermedad” (dice Nueva porque para Freud la neurosis era enfermedad). En esos momentos comienzan a pasar “cosas”: el analizante se resiste a asociar, puede aparecer cierta hostilidad con el analista, pueden suscitarse diversos acting-out e incluso pasajes al acto. Hay un detenimiento ya que es “nueva enfermedad” se ha instalado y ejerce su potencia. La solución freudiana sería la de la interpretación y la del, mal interpretado, concepto de abstinencia en el cuál el analista no responde a la demanda del paciente y entiende que todo lo que detenga el análisis es resistencia. Algo resiste y repite.
Con Lacan la cosa cambia, diría bastante. Hay una definición que me generó mucho interés: está fechada  en su seminario de 1948 y dice:

“Ciertamente, en una más insondable exigencia del corazón, es la participación en su mal lo que el enfermo espera de nosotros”.

El paciente nos quiere hacer partícipe de su mal, de su neurosis, de su novela o, mejor dicho, de su fantasma. No es loco pensar que el paciente “le sueña al analista”. Es decir que, cuando Lacan define a la transferencia como Amor nos podemos preguntar ¿en qué sentido pensar dicho amor?
Quiero decir, qué lo diferencia de otros amores de la vida cotidiana.
El maestro francés plantea, en un momento de su enseñanza, que toda transferencia comienza siendo imaginaria (claro está que también es simbólica y real) en el sentido en que se le otorga un supuesto-saber a una figura que aparece ahí. Quiero aclarar que no pensamos a dicho saber como conocimiento, aun que es cierto que el hecho de “saber cosas” o “tener títulos” seduce al neurótico en cuestión. Pero lo que se otorga es un saber en la dimensión del goce, aquél es el que sabe sobre mi goce.
Pero, atención a no caer en la trampa del cambio o del furor-curandis. En una intervención que Lacan realizó en un congreso sobre medicina, menciona que el sujeto va a análisis para reafirmar su posición de enfermo y que paga para no querer-saber que no hay saber sobre la sexualidad y su dinámica.
En varios puntos Lacan coincide con Freud; es cierto que en la transferencia hay elementos que se repiten, pero no es solo eso, ya que toda repetición encierra una novedad. Es la novedad que los analistas muchas veces no pueden o no quieren escuchar.
Cuando Lacan plantea que la transferencia comienza siendo imaginaria, sería un problema si solo se quedase anclada ahí. Como solemos decir, no se trata del padre de la cultura, el que “hace” cosas o el que nunca estuvo. Se trata de lo que ese significante represente para dicho sujeto, siempre castración mediante y de lo que se escucha de ese discurso. Así es, la neurosis es un discurso junto con la perversión y la psicosis (estructuras clínicas en las que hay transferencia), y no tiene entidad  por fuera del dispositivo ya que la transferencia sin el análisis es un cúmulo de escenas fantasmáticas que los sujetos repetimos sin cesar. Entonces podemos decir que, la neurosis ES la transferencia, sin estos elementos no existe.
Por último quiero dejar en claro que las resistencias del analista en muchos casos son alarmantes. Se ha generado una falacia con el concepto de “neutralidad” ya que es imposible trabajar/escuchar sin el fantasma mediante. Sin embargo, eso no quiere decir que el analista tenga que responder a la demanda de amor del paciente entrando en su entramado fantasmático para participar en su mal de tal forma que sirva para que el analista repita una posición que tenga que ver con su propia neurosis. Dicho problema tiene que ver con la angustia ya que la pregunta que se le formula al Otro es: ¿me ama?

MS.

lunes, 23 de julio de 2018

El equívoco del Amor...una invitación


Una propuesta para pensar y debatir diversos conceptos de la obra de Lacan; y así poder articularlos con las vicisitudes que el Amor tiene en nuestra vida cotidiana... 

lunes, 9 de julio de 2018

Palabras en-sueños

Pienso esta charla como un sueño, esa suerte de imágenes y palabras que se reproducen sin tener sentido alguno.
No poder controlarlas estremece; y hace que nos preguntemos cuál es el sentido que el mundo adquiere para mi.
Un amo, una pérdida, un fracaso y un éxito. Acaso ¿no se fracasa en el éxito?
El único sentido se lo puede otorgar la muerte. Esa palabra que implica una finitud, sino ¿Por que hacer lo que hacemos?
La idea se me presenta en ese sueño aun que no esté dormido. No sé en qué etapa estaré ¿REM?. El médico lo mencionó una vez, pero ya no me acuerdo ni de su cara.
La paradoja es casi constante y parece que el deseo tiene una ganancia y una pérdida (siempre).  Y pese a que ya le di miles de vueltas, me pregunto, entonces: Soñar ¿No cuesta nada?...