sábado, 20 de diciembre de 2014

El Invisible

Si se piensa en una muestra o una puesta en escena siempre hay que tener en cuenta, cuando hablamos desde el psicoanálisis, aquello que lo hace ser. Aquello que lo hace ser implica dónde estaría la esencia de eso que aparece, eso que se muestra hacia otro (el espectador) que le da un cierto sentido para significarlo.
En las presentaciones teatrales, en este caso hablamos particularmente del arte de la marioneta, hay que tener en cuenta que se nos abre frente a nuestros ojos una nueva realidad. Pero lo interesante es que el espectador pueda captar algo del orden del deseo de dicho autor, para lo cual debe deponer la mirada y dejar un espacio para que la causa, su Das Ding, su deseo, su Real surja en ese momento y logre ser captado.
Podríamos pensar a una marioneta que por sí sola no significaría nada pero que si su creador logra insertarla dentro de una cadena de significantes por medio de sus hilos, lograría dejar deslizar algo del orden de su deseo, de su música, de su estética; en definitiva, de su amor.
Podríamos pensar al creador como aquel Otro desde donde el personaje surge, ese espacio que mueve los hilos y le da todo un sentido propio del ser-hablante. A su manera, este tipo de creación implica una realidad artística dispuesta a captar las subjetividades de los presentes y lograr que la dinámica de la transferencia se produzca entre el espectador y un muñeco de madera (sin vida en principio) que no habla, o por lo menos no lo hace de una manera fonética.
Así, entonces, podríamos decir que su creador se vuelve invisible. Es aquél que direcciona y propone, aquél que deja entre ver un deseo y su angustia.
Un gran Otro que no puede ser dicho ni visto pero que puede, mediante su presencia que conlleva amores y odios, ser mirado y puesto en una escena mediante la intermediación fantasmática.
Un creador; Otro que actúa, habla y direcciona desde la invisibilidad de su escenario, un lugar de goce que lo posiciona detrás del telón.

viernes, 17 de octubre de 2014

LacanPoe


 El presente escrito versa sobre una relación que podríamos establecer entre lo que Lacan plantea en el Seminario seis sobre el deseo y un relato (siniestro) del escritor y poeta Edgar Allan Poe llamado “el gato negro”.
Este relato se inscribe dentro de sus textos denominados como “horrorosos” ya que comienza siendo una confesión escrita, por el propio protagonista de los hechos, de ciertos episodios domésticos en la vida del mismo. Hechos que lo han llevado a prisión y a la muerte debido a esas causas.
Brevemente, el relato cuenta la historia de un hombre que durante su historia se destacó por la docilidad y bondad en su carácter, y cito “La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros”.
Relata que sentía un gusto y unos placeres especiales por los animales, y que sus padres siempre lo dejaban tener varias mascotas en su casa.
Cuenta que se casó joven y tuvo la alegría de compartir con su mujer esta adoración por los animales. Lo que condujo a que compren pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato llamado Plutón (el que se había convertido en su camarada y favorito).
Aquí se presenta un quiebre en el relato, ya que el protagonista cuenta cómo con los años venideros su temperamento y carácter se alteraron radicalmente por culpa del “demonio”. Este demonio del que habla es su “enfermedad del alcohol” que lo volvía cada vez mas loco.
Esto lo llevo a infligirle violencias a su mujer y cierto rechazo para con el gato negro.  
Se podría decir que esos deseos descritos por él como perversos se habían mantenido a raya durante toda su vida, hasta ese punto donde la ruptura se hizo presente y llevo a cabo las violencias físicas contra el gato(al que le terminó sacando un ojo con un cortaplumas).

“Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, alce en los brazos al gato y me mordió ligeramente la mano. Se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo.”

Luego el protagonista hace una descripción de esa perversidad, diciendo que es uno de los impulsos primordiales del corazón humano. Deseos que lo llevaron a el ahorcamiento del gato en el jardín contiguo a su casa.
Cuenta, luego, que una noche su casa fue víctima de un incendio y todas sus pertenencias quedaron en la ruina salvo por una imagen del gato con una soga alrededor de su cuello que el autor dice ver en su habitación junto con las palabras “extraño” y “curioso” (el fantasma del gato lo persiguió durante meses).
El relato continúa, diciendo que el protagonista encuentra otro gato en uno de los bares al que concurría habitualmente. Lo adopta como mascota pero con el correr del tiempo sintió que ya no soportaba mas su presencia, lo odiaba.

“De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los mas horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso apoyado eternamente sobre mi corazón.”

Esta situación produjo que todo lo bueno quedara por fuera del protagonista y terminó por intentar matar al gato. Hecho que su mujer impidió.
Ante este impedimento, el protagonista tomó el hacha y se la clavó a su mujer en su rostro dándole muerte. Acto seguido, decidió esconder el cadáver en las sólidas paredes del sótano.
El autor describe cómo el alivio corrió por sus venas y cuenta cómo la policía no había podido descubrir el cuerpo de su mujer tan astutamente escondido.
Para finalizar, el protagonista cuenta cómo en la última inspección policíaca, ya retirándose de su domicilio, él mismo los invita a inspeccionar las paredes alegando que “tienen una gran solidez” (en un intento por decir algo con suma naturalidad y espontaneidad).
Ante este acto, la pared de concreto se desmorona descubriendo el cadáver de su mujer detrás de ella y condenando al sujeto a prisión.

Lo que puede extraerse para realizar un abordaje lacaniano del texto de Poe son algunas cuestiones ligadas al deseo del protagonista, al acto o actos llevados a cabo en función de las muertes, cómo el fantasma del sujeto se va modificando a través de la historia y la cuestión de su adicción al alcohol que en definitiva él mismo la denomina como “enfermedad demoníaca”.
Puede decirse que desde un comienzo de la historia el protagonista se presenta como amable y amoroso tanto con su esposa como con sus mascotas, en especial con el gato.
Inmediatamente, hay un giro en su percepción de la realidad, realidad fantasmàtica que lo hace pensar que el gato lo mira con cierta intención, lo juzga, lo persigue, etc. Esta cuestión hace que sienta para con el gato cierto rechazo.
A la vez que rechaza aquello que mas amaba como son su gato y su esposa, el protagonista va dando lugar a la emergencia de su deseo, su deseo verdadero, “perverso” tal como él lo define.
Se plantea, desde Lacan, a ese deseo como aquello que se desplaza constantemente, esa cosa que emerge en un instante y desaparece en el siguiente. Ese deseo que solo puede articularse en función de una cadena de significantes, y puesto en escena solo a través del fantasma que lo soporta.
En el caso de este relato, puede verse cómo el protagonista comienza por verbalizar los insultos hacia su esposa y mascota, para luego pasar al acto y terminar por darle muerte a los dos.
Podemos decir que la captación de la realidad por parte del protagonista se va tiñendo de un lenguaje que el percibe como persecutorio, insoportable, un Real que lo confronta con su propia muerte si no hace nada al respecto.
Un ejemplo de esto es esa misma realidad en con respecto al nuevo gato adoptado al comienza a denominar como “cosa”, “bestia”, “aliento insoportable”, “posado sobre su corazón”.
La cuestión del fantasma es importante ya que va determinando sus actos, es la realidad en la que todo sujeto se mueve y soporta su deseo. Es aquello que mas le sirvió a su deseo para manifestarse tan salvajemente y realizarse.
El protagonista se siente “desfallecido” como sujeto en el momento en que la embriaguez (el objeto alcohol) ya no puede “tapar” ese agujero. Esto produce un quiebre en el protagonista, una ruptura que emerge en angustia.
Podríamos decir que el sujeto se castra en este sentido y logra la realización de ese deseo, deseo verdadero en él.
Es, en definitiva, el Otro el que lo habilita para esta transformación, para este corrimiento de posición. Y es en relación a éste Otro que el sujeto repite y confirma su deseo verdadero (esto puede verse en el encuentro con otro gato que le sirve para confirmar su posición como sujeto).
Se puede decir que el fantasma es en tanto que el sujeto está privado de algo de sí mismo que ha tomado valor de significante incluso de su alienación (alienado al alcohol por ejemplo), es en tanto que está en esta posición que un objeto particular deviene objeto de deseo.
Por último, cabe destacar el gran final que tiene el relato. En él, el protagonista se encuentra en una situación bastante extraña ya que esconde a su mujer porque tiene la intención de que la policía no descubra sus actos.
Sin embargo, antes de que los oficiales se retiren, él mismo los invita a que observen la “solidez de la pared”. Hecho que hace que la pared se caiga y se lo condene por el homicidio.
Se puede decir, entonces, que el deseo del protagonista pasa por hacerse ver y reconocer como autor del hecho y no por el anhelo de seguir libre. Pasa por transgredir la ley y mostrarse frente a los policías, o mejor dicho, un acto realizado para el Otro.
Un acto que le permite ser introducido nuevamente en una cadena significante como sujeto, haciéndose responsable(inconscientemente) de ese deseo decidido que lo mueve al acto(y no dudoso).


***

Puedo citar a Lacan cuando dice que “la verdad del deseo es por sí misma una ofensa a la autoridad de la ley”.

martes, 7 de octubre de 2014

RED

“Qué es lo que ves?
Sé específico, exacto pero sensible, amable. ¿Comprendes? Sé un ser humano, estos cuadros merecen compasión, viven o mueren de acuerdo a la sensibilidad del espectador. Fueron creados para despertar tu sensibilidad. Se lo merecen…
Entonces…¿Qué ves?”

                                                                                                                                         
                                                                                                                      “RED”


A veces es interesante poder pensar al sujeto que nos compete desde el psicoanálisis desde un punto de vista diferente (o no tanto) del que solemos hacerlo en nuestro ámbito.
Los temas que atraviesan al sujeto, al amor y al deseo son tan fundamentales como complejos como para desarrollarlos en unas pocas líneas pero pienso que este sesgo es una forma de captar algo del orden de lo que tanto Freud como Lacan han querido transmitir.
Ahora bien; el mundo del arte tiene diversas aristas por la cual se lo puede abordar pero la lectura que hace Lacan de la pintura es muy interesante para posicionarse en otro lugar; para pensar al artista y al espectador en una bella analogía entre el analista y su analizante.
Me refiero más precisamente a la obra teatral que protagoniza Julio Chavez junto a Gerardo Otero; interpretando a Mark Rothko (un exponente fundamental del expresionismo abstracto) y a su fiel asistente.
La obra teatral tiene una dinámica impresionante entre estos dos personajes. Se preguntan todo el tiempo qué es lo que se ve cuando un sujeto observa una pintura. ¿Qué la hace una obra de arte?¿qué nos transmite?¿como se la piensa?¿se puede saber algo del autor al observar la pintura?¿Cuál es su posición en la existencia?¿sus valores? Más precisamente cuál es la posición que tiene en su fantasma y por donde lo atraviesa su deseo.
Mark se pasa toda la obra presentando un miedo absoluto: el miedo al negro; la angustia que le genera que “el negro se coma al rojo”, que la chispa se apague, que se genere un vacío y que se caiga en la nada. En definitiva; la angustia frente a la muerte y la de su obra.
En el seminario 11, Lacan dice: “¿Qué es la pintura? Hemos llamado cuadro a la función en la cual el sujeto ha de localizarse como tal”. Y continúa: “en el cuadro, el artista quiere ser sujeto, y el arte de la pintura se distingue de todos los demás por el hecho de que, en la obra, el propósito del artista es imponerse a nosotros como sujeto, como mirada”.
Rothko le pregunta todo el tiempo a su asistente acerca de lo que ve; “Decime qué ves” alega nuestro protagonista, esperando que el asistente pueda captar el ser del autor puesto ahí.
Desde el psicoanálisis sabemos, que para poder realizar este acto hay que hacer un movimiento que implique un pasaje del ojo a la mirada; porque no se trata del órgano que ve algo (manchas, colores, relieve, etc). Se trata de una pérdida que hay que lograr para poder dejar el instinto y pasar a la dimensión de la cultura, del lenguaje (única realidad para el sujeto).
Al poder realizar esta operación, el espectador es presa del deseo; es un movimiento para, como dice Lacan, deponer la mirada y ver (o escuchar) dónde está el deseo del autor.

***
El ojo queda del lado del señuelo, de la trampa. No da lugar a la dimensión del deseo, de la pérdida. Por ende; Rothko (Chavez) nos dice que esos cuadros fueron creados para despertar la sensibilidad, para despertar el deseo, y para dejar caer ese objeto-a. Movimiento indispensable para que un sujeto se constituya como tal.

jueves, 2 de octubre de 2014

Lo religioso...

"El análisis es una función imposible -no sé si usted está al corriente- éste se ocupa muy especialmente de lo que no anda bien. Por eso, se ocupa de esa cosa que conviene llamar por su nombre: Lo Real."


                                                                                                                                            J. Lacan - “El triunfo de la religión”


Hablar de la cuestión religiosa siempre genera una suerte de incertidumbre difícil de transitar. Sobre todo si tenemos en cuenta aquello que, desde el psicoanálisis, intentamos articular dado los conceptos que Lacan nos ha aportado.
Me propongo, entonces, pensar a la religión desde la etimología de la palabra tal como se la entiende desde el latín. ‘Religión’ se expresa como ‘Religare’, que quiere decir re-ligar; establecer una relación, siempre causal, entre el sujeto y Dios.
Ahora bien, podemos preguntarnos qué quiere decir Dios, o bien, qué quiere decir un sujeto, pero estaríamos entrando en callejones que pueden dejarnos sin salida y desviándonos del propósito de la presente reflexión acerca de este tema.
Por este motivo, lo que vamos a decir como para comenzar a plantear el tema es que la relación que existe entre el sujeto y Dios es una relación basada en la verdad y en el sentido que, sobre la existencia, viene a aportar la religión.
En su entrevista acerca de por qué la religión triunfa y perdura en el tiempo, Lacan dice que “hay una cosa que hace que el mundo sea inmundo”. Hay una cosa sobre la cual el sujeto no posee un control sino que es una dimensión sobre la cual el sujeto es “victima”, una dimensión sobre la cual el sujeto padece y se establece en un vacío en el cual queda inserto.
Con esta dimensión nos referimos al registro de lo Real; un eje en el cual el sujeto se posiciona de una determinada manera en su estructura. Una dimensión que implica un goce mortífero pero que, sin embargo, al estar atravesado por la palabra se logra realizar una articulación que le permite decir algo al respecto y posicionarlo en una escena (fantasmática) que puede ser presentada ante el Otro (Dios).
Los psicoanalistas nos diferenciamos tajantemente de la cuestión religiosa ya que, como lo expresa Lacan en el escrito que mencionamos, nuestra práctica no se asemeja en nada a la práctica confesora del sacerdote.
La respuesta ante ésta afirmación implica que en la confesión el sujeto (sufriente) dice todo lo que sabe al sacerdote, comenta cuáles han sido sus pecados y los problemas que le conlleva su vida cotidiana.
La posición del analista se encuentra en un lugar totalmente opuesto a este ya que, en la situación analítica, el sujeto dice más de lo que sabe cuando enuncia. El analista está en una posición que implica un corrimiento de lugar en función de una verdad que no es la suya.
El analista trabaja en su práctica con la verdad y el saber del paciente y no es representante de una moral superior que lo determina en su ser, al mejor estilo panóptico.
Sin embargo, más allá de estas diferencias que hacen a la práctica diaria, Lacan viene a decir que la religión es aquello que logra perdurar en el tiempo y que posee un poder que se incrementa a medida que pasan las épocas.
El motivo de esta posición es el manejo que hace la religión sobre la verdad y el sentido. Dice Lacan: “Son capaces de dar sentido a cualquier cosa: un sentido a la vida humana, por ejemplo. Se formaron para eso; todo lo que es religión consiste en dar un sentido a las cosas que antes eran las cosas naturales”.
Lacan intenta decirnos que el motivo por el cual la religión viene a inventarse es justamente para eso; para que no puedan darse cuenta de aquello que no anda. De aquel Real que nos carcome y nos pone en jaque con respecto al sentido habitual que le damos a las cosas.
Es el lenguaje, en definitiva, el cuerpo que da cuerpo (de sentido) a ese Real. “Al principio era el verbo”; con el verbo Dios creó el mundo y dio un sentido, un orden, una verdad a todo aquello que estaba en estado de des-orden.
Con respecto a estas reflexiones que aparecen en la biblia, Lacan dice que cuando el verbo se encarna, las cosa comienzan a andar mal. Ya no se es absolutamente feliz y todo se encuentra devastado por el verbo.
Entonces, y para “concluir”, se puede pensar que la religión aparece para dar un sentido y generar un tapón al vacío que genera la propia existencia del hombre. Una verdad que viene a ser impuesta y, ante la cual, el sujeto se pone en una posición de esclavo.
Una posición de esclavo que le permite a un amo estar ahí, gozándolo y dándole un sostén, una palabra, un sentido y una forma (siempre imaginaria) a su nadería.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Baruch Spinoza


Bruma de Oro, el Occidente alumbra
La ventana. El asiduo manuscrito
Aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra. 
Un hombre engendra a Dios. Es un judio
De tristes ojos y de piel cetrina;
Lo lleva el tiempo como lleva el rio
Una hoja en el agua que declina.
No importa. El hechicero insiste y labra 
A Dios con geometria delicada;
Desde su enfermedad, desde su nada,
Sigue erigiendo a Dios con la
palabra.
El mas prodigo amor Ie fue otorgado,
El amor que no espera
ser amado. 

                      Jorge Luis Borges



viernes, 12 de septiembre de 2014

Destino con sentido

Lo repetido –esto es: lo re-asumido, re-tomado, reduplicado o bien reflexionado interiormente es una realidad tan vieja como nueva; algo que ya existía, pero empieza a ser de nuevo por la recreación del espíritu libre. En este sentido, la vida es una repetición cuyo comienzo absoluto exige estar de vuelta, mediante la reflexión total de la subjetividad posible en la afirmación actual y necesaria de sí misma, por la cual queda transformado el universo entero.

                                                                                     Søren Kierkegaard, La Repetición. 


La cuestión del Destino siempre ha generado en el ser humano un tema de sorpresa e interés debido a que éste siempre se presenta como siendo algo del orden del azar, y dejando (en la mayoría de los casos) la responsabilidad o rectificación subjetiva de lado para hacer hincapié en la llamada “mala suerte” o devenir “demoníaco” según la situación de la que se trate.
Por dicho motivo, pienso en el tema del Destino como siendo algo que posee un sentido (siempre fantasmático) que no escapa a la estructura propia del sujeto. He decidido tomar el texto de Freud ‘Mas allá del principio del placer’, mas precisamente el apartado número tres de dicho texto, para realizar una aproximación a este tema tan interesante como complejo.
En el apartado tres del texto freudiano ‘Mas allá del principio del placer’, dicho autor nos introduce en una realidad que se ubicaría mas allá o mas acá (depende de cómo se lo piense) de lo que él entiende hasta ese momento como una estructura gobernada por el llamado principio del placer.
Para introducirnos en el tema de la repetición, Freud nos dice que “el enfermo puede no recordar todo lo que hay en él de reprimido y se ve forzado a repetir en vez de recordarlo”. Y mas adelante nos dice que esta escena que el sujeto produce se juega en el terreno de la transferencia con el analista.
Luego, Freud hace referencia al tema de las resistencias que se llevan a cabo cuando el sujeto repite y son éstas resistencias las que el analista debe sortear para poder dar lugar a los contenidos inconscientes. Estas resistencias parten del Yo (su porción inconsciente) y se oponen a una parte del Yo, que Freud nomina como ‘Yo coherente’ (uno podría pensar que el Yo coherente es todo el armado escénico-fantasmático que el sujeto hace para dar un sentido a los elementos inconscientes que se insertan en la repetición).
Luego, Freud nos introduce de lleno en el gran tema que le compete. Dice que “lo que la compulsión a la repetición hace revivenciar no puede menos que provocar displacer en el Yo. Empero, esta clase de displacer no contradice al principio del placer, es displacer para un sistema y, al mismo tiempo, satisfacción para el otro.
Sucede, entonces, que se presenta (fenomenológicamente) un destino que persigue al sujeto, un “sesgo demoníaco en su vivenciar”. Y, desde el comienzo, el psicoanálisis juzgó que ese destino fatal era autoinducido y estaba determinado por los influjos de la temprana infancia.
Freud bautiza a toda esta complejidad como ‘Neurosis de destino’ en la que nos menciona que existen individuos en quienes toda relación lleva a idéntico desenlace; hombres en quienes toda amistad termina con la traición del amigo; amantes cuya relación tierna con la mujer recorre siempre las mismas fases y desemboca en un idéntico final.
Freud nos habla de un “eterno retorno de lo igual” y que la compulsión de repetición se nos aparece como mas originaria, mas elemental, mas pulsional (de muerte) que el principio de placer que ella destrona.

Con Lacan…

Ahora bien, es interesante tomar el discurso que Lacan nos propone para poder dar una vuelta mas a este tema que nos compete y, sobre todo, para dar cuenta de ciertas diferencias entre la posición freudiana y la de él.
Para esto voy a remitirme a la clase V del 12 de Febrero de 1964 de su Seminario sobre los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Clase que versa sobre el tema de la Tyche y el Automaton.
Lacan comienza diciéndonos que el análisis debe apuntar al hueso de lo real pero se pregunta dónde lo encuentra. Entonces, hay que pensar que lo real puede ser encontrado en ese retorno del que nos hablaba Freud, en esa “cita siempre reiterada con un real que se escabulle”.
Con el término aristotélico de Tyche; Lacan nos habla del encuentro con lo real pero que se ubica mas allá del automatón. Esto quiere decir que no se trata, solamente, de un eterno retorno de los signos ni tampoco de una reproducción de una conducta.
De lo que se trata es de un real que se nos presenta como siendo algo del orden del azar (es esto con lo que el analista no debe engañarse), aparece como siendo del orden de un destino del cual el sujeto se ve encerrado y que le procura un sufrimiento que lo lleva a ser gozado en dicho encuentro.
El sesgo por el cuál el analista puede intervenir es el del fallido; ya que éste encuentro del que hablamos es siempre fallido en el sentido que hay siempre algo del orden de la ruptura, de la hiancia que produce una novedad.
En este sentido, Lacan se separa un tanto de Freud para plantear que la repetición no es idéntica y que en la transferencia aparece el agujero (siempre distinto) por el cuál lo simbólico hace vacío y “algo” se deja captar.
Es preciso que entendamos que el fantasma es la pantalla necesaria que disimula algo absolutamente primario y es determinante en la función de la repetición.
Roberto Harari retoma este tema en su libro ‘La repetición del fracaso’ para hacer mención de cómo la repetición se sitúa en el centro del nudo y es atravesada en los tres registros. Nos dice que la repetición es imaginaria en términos que ofrece “consistencia” y “sustancia”; es simbólica porque ofrenda “agujero” y es real porque se presenta como siendo del orden del azar y porta un goce fálico que introduce la ausencia del Otro.

Es importante retomar lo que Kierkegaard menciona en su libro ya que no se trata de una repetición de la necesidad sino que siempre exige algo nuevo, es una realidad que ya existía y que siempre lo repetido es re-asumido y re-tomado. La salvedad está en que, si bien la vida es una repetición (de un goce), hay algo que siempre cambia y que implica que el universo del ser sea siempre transformado.

lunes, 21 de julio de 2014

Hamlet; siendo Ser...

Hamlet…El por qué de Hamlet es verdaderamente eso, un por qué;  que rodea la nada, y esa es la nada que siempre algo le dice al oído.
Decimos que la tragedia de Hamlet es, básicamente (o es complejo), una tragedia del deseo. De un deseo que lo mueve a lo largo de todas las escenas como si fuese un sujeto (¿lo es?) que flota, y no termino de entender si el espectro que aparece a lo largo de toda la obra pertenece al Padre o si el espectro es el propio Hamlet.
Pensamos que la aparición del padre (mas precisamente su mandato) desencadena toda una serie de actos que, por una parte, no llevan a ningún puerto ya que Hamlet es un ser sujeto a la duda, sujeto al duelo que nunca acaba, sujeto a la tragedia y sujeto a la procrastinación.
Por otra parte, pienso en un Deseo hamletiano que se mueve pese a la demora, pese al acto inconcluso, un deseo que no se realiza por una cuestión que gira en torno al saber. Hamlet no hace acto (con su deseo) porque sabe.
Este sujeto es emboscado por el destino, pero este emboscado debe ignorar si pretende desear, debe no-saber si pretende actuar, debe actuar si pretende ser
Si el Espectro le dice que es su Padre y el Bien que le dicta al mejor estilo mandamiento debe ser llevado a cabo; entonces me pregunto si debe cumplirlo.
Si esto no es puesto en marcha, entonces, Hamlet…¿Qué Soy?...

viernes, 18 de julio de 2014

Una Ética...

Hablar de una ética del psicoanálisis siempre plantea controversias e interrogantes sobre lo que se entiende por ella.  Tanto así como la diferenciación, que el propio concepto de ética nos deja, con lo que entendemos por una ley moral que se instala en la estructura y de alguna manera determina una relación lógica entre los elementos que rigen la realidad del sujeto.
Una realidad en la que el sujeto se instala y que solo puede abordarse desde el lenguaje. La única realidad con la que el sujeto cuenta para llevar adelante su existencia es una realidad del lenguaje; una realidad que pensamos como fantasmática.
Hablar de ética y de moral nos remite a plantear qué entendemos por El bien y El mal; tanto así como preguntarnos qué quiere decir que  el sujeto del psicoanálisis pueda estar bien en el mal.
Pienso que para poder recorrer estos senderos es importante hacer un comentario sobre lo que, tanto Kant como Sade, tienen para decirnos al respecto. Textos que Lacan analiza para luego cimentar una posición en la que se ubica el analista en función de su praxis (praxis que constituye un juego entre los elementos como el deseo, la ley, la pulsión y el goce).
Desde una perspectiva kantiana nos posicionamos desde un lugar que entendemos como universal; es decir que Kant propone el concepto de imperativo categórico para dar cuenta de cómo circula la ley moral en el sujeto y la búsqueda del bien. A la cual Lacan propone como un callejón sin salida.
Hablar de imperativo categórico implica aquellos mandatos que son incondicionales, que se imponen como superiores por su valor universal y desde ese lugar ejercen un poder sobre el sujeto.
Ahora bien, contamos entonces con una máxima que tiene pretensiones de ser ley universal. Y para que sea constituida como universal no quiere decir que se imponga a todos sino que valga para todos los casos.
El imperativo moral actúa desde el lugar del Otro, desde donde su mandato nos requiere. Lacan plantea que la bipolaridad con que se instaura la ley moral no es otra cosa que esa escisión del sujeto que se opera por toda intervención del significante: concretamente del sujeto de la enunciación al sujeto del enunciado.
Por otra parte, podemos plantear que la máxima sadiana es más honesta puesto que “desenmascara la escisión del sujeto”. Sade juega con una ley moral que implica el acto de irrumpir en el otro y gozar de él; derecho del cual Sade piensa poseer.
Tanto la ética kantiana como la sadiana nos llevan a cuestionar al sujeto en su realidad fantasmática. Desde una perspectiva sadiana, Lacan plantea que ese fantasma tiene una estructura en la que el objeto no es más que uno de los términos en que puede extinguirse la búsqueda de la figura. Cuando el goce se petrifica en él, se convierte en el fetiche.
Es decir, que esto es lo que sucede con el ejecutor en la experiencia sadiana ya que su presencia en el límite se resume a no ser ya sino su instrumento.
Es preciso que ahora nos interroguemos sobre las cuestiones que hacen tanto a la ley como al deseo, y como estos dos elementos se ligan en el fantasma del sujeto.
En el Seminario 7 sobre la ética, Lacan plantea que la realidad para el hombre está estructurada como siendo lo que siempre vuelve al mismo lugar y estando ese Das Ding siempre en el centro.
Lacan sostiene que  ésta búsqueda de lo que siempre vuelve al mismo lugar se liga con el concepto de lo que llamamos ética; y que no es simplemente el hecho de que haya obligaciones, un vínculo que encadena, ordena y hace ley.
La ética comienza en el momento en que el sujeto plantea la pregunta sobre el bien (su bien) que había buscado en las estructuras sociales y donde es llevado a descubrir que es lo que vincula la ley con la estructura misma de su deseo.
La ley moral, decimos entonces, se articula con lo real por ser, no solamente aquello que insiste, que vuelve y que molesta sino también por ser garantía de la Cosa.
Lo que se desprende de estas líneas es que Kant y Sade son de la misma opinión, pues para alcanzar Das Ding y arribar al deseo, ambas éticas ponen al dolor en el horizonte de sus miradas.
Kant lo expresa así: “En consecuencia, podemos ver a priori que la ley moral como principio de la determinación de la voluntad, perjudica por ello mismo todas nuestras inclinaciones, y debe producir un sentimiento que puede ser llamado de dolor”.
Entonces, al hablar del dolor debemos plantear tanto el dolor del prójimo (Nebenmensch) y también el propio dolor del sujeto; que son una única y misma cosa.
Entonces, planteamos que ese Das Ding estaba ahí desde el comienzo, que es la primera cosa que pudo separarse de todo lo que el sujeto pudo nombrar. La ley, dice Lacan, no es la Cosa, sin embargo no hubiese tenido idea de ella si no fuese por la ley; por lo que sin la ley, la Cosa está muerta.
En el medio de estas paradojas nos encontramos con la posición del analista frente a un sujeto que desea y que goza. Un sujeto que articula toda una cadena infinita de significantes en la cual su fantasma se hace oír y donde no tiene otra manera de presentarse ante el Otro si no es a través de su demanda.
Ante este escenario, el analista juega con los elementos que su propio fantasma le deja captar y en esto se ubica la cuestión del bien. De ese Bien que el analizante padece, sufre, interroga y ante el cual muere.
El Bien del sujeto lo goza, lo apabulla y lo hace vacilar. En estos términos lo que el analista debe escuchar e ir a interrogar es la posición del deseo  y como éste se articula en los tres registros que  ya conocemos.
De lo que se trata en definitiva, y ésta es la posición ética, es de escuchar y poner en cuestión lo que se juega en el terreno del deseo del sujeto y ‘no-querer-su bien’ implica un corrimiento del lugar de supuesto saber para dar espacio a la producción fantasmática del sujeto, que nos llevará a su-Cosa. Palabra que en definitiva no quiere decir otra cosa que Su-Causa.