Si se piensa en una muestra o una
puesta en escena siempre hay que tener en cuenta, cuando hablamos desde el
psicoanálisis, aquello que lo hace ser. Aquello que lo hace ser implica dónde
estaría la esencia de eso que aparece, eso que se muestra hacia otro (el
espectador) que le da un cierto sentido para significarlo.
En las presentaciones teatrales,
en este caso hablamos particularmente del arte de la marioneta, hay que tener
en cuenta que se nos abre frente a nuestros ojos una nueva realidad. Pero lo
interesante es que el espectador pueda captar algo del orden del deseo de dicho
autor, para lo cual debe deponer la mirada y dejar un espacio para que la
causa, su Das Ding, su deseo, su Real surja en ese momento y logre ser captado.
Podríamos pensar a una marioneta
que por sí sola no significaría nada pero que si su creador logra insertarla
dentro de una cadena de significantes por medio de sus hilos, lograría dejar
deslizar algo del orden de su deseo, de su música, de su estética; en definitiva,
de su amor.
Podríamos pensar al creador como
aquel Otro desde donde el personaje surge, ese espacio que mueve los hilos y le
da todo un sentido propio del ser-hablante. A su manera, este tipo de creación
implica una realidad artística dispuesta a captar las subjetividades de los
presentes y lograr que la dinámica de la transferencia se produzca entre el
espectador y un muñeco de madera (sin vida en principio) que no habla, o por lo
menos no lo hace de una manera fonética.
Así, entonces, podríamos decir
que su creador se vuelve invisible. Es aquél que direcciona y propone, aquél
que deja entre ver un deseo y su angustia.
Un gran Otro que no puede ser
dicho ni visto pero que puede, mediante su presencia que conlleva amores y
odios, ser mirado y puesto en una escena mediante la intermediación
fantasmática.
Un creador; Otro que actúa, habla y direcciona
desde la invisibilidad de su escenario, un lugar de goce que lo posiciona
detrás del telón.