miércoles, 24 de octubre de 2018

Sobre la transferencia (del) analista

Si pensamos detenidamente el concepto de transferencia podemos escuchar y hasta observar, en unos cuantos casos, como dicho significante se inmiscuye en nuestra práctica clínica cotidiana.
Lo menciono como concepto porque, como solemos decir dentro del dispositivo analítico, se trata siempre de los significantes (palabras) que se ponen en juego y se encadenan en un discurso que, justamente, discurre en el analizante (el paciente).
Por otro lado, lo menciono también como problemática ya que la transferencia ha sido, desde sus inicios, un problema para los analistas. Véase que no hago gran referencia al paciente, sino más bien a lo que ocurre con la posición del analista; que es aquello que en éstas líneas nos interesa.
En una primera instancia, podemos decir que la transferencia no se presenta como algo “natural” en el ser humano. Es decir, sabemos que desde aquel momento lógico en que el sujeto o proto-sujeto (lo que aún no es) es atravesado por el lenguaje estamos ante un problema a considerar en nuestra vida cotidiana. Digo problema porque la dimensión del amor/odio ya comienza a jugar su partida y sus movimientos que amarran al sujeto a ciertas palabras que lo representan.
La transferencia no ha sido patrimonio del psicoanálisis, en principio. Quiero decir; un sujeto puede ponerse en transferencia con el vecino, la panadera, el club de fútbol, las instituciones o (incluso) con otros sujetos que ya han fallecido o nunca conocidos.
Sucede que, cuando Freud y sus contemporáneos comienzan con su práctica analítica en los tratamientos con sus pacientes neuróticos (en su mayoría) se encuentran con que hay cuestiones que comienzan a interferir en la prosecución del análisis y dicho vínculo amoroso es justamente el obstáculo. Vaya paradoja!
Digo paradoja porque Freud la comienza a desarrollar teóricamente y descubre que aquello que funciona como el motor del análisis, es también aquello que “nos hace pisar el palito”. Es decir, su resistencia.
Claro que Freud estaba advertido, hasta ahí, de dicha problemática. Lo desarrollado por Freud con respecto a este concepto lo podemos clasificar, si se me permite el forzaje, en uno de los registros propuestos por Lacan, es decir aquello que es atravesado por lo imaginario, por la imagen.
El Edipo en Freud está bastante infatuado de figuras imaginarias (no digo que no las haya) pero él elabora una transferencia que se pone en juego en un momento del tratamiento y que implica que el analista deba sortear, ya que se la puede interpretar (dirá Freud) como resistencia.
Claro que el maestro vienés tira la pelota para el otro campo. Me pregunto ¿resistencia de quién?
Hay dos textos que me han parecido interesantes de citar en estas líneas: Uno es “sobre la dinámica de la transferencia” y el otro es “recordar, repetir y reelaborar”.
Lacan va a decir que de lo único que se habla en un análisis es de amor, y de odios. Estos dos textos me parecieron importantes ya que Freud plantea que la dinámica de la transferencia trata de un pasaje, de una proyección de imagos parentales en la figura del analista por parte del paciente, y se pueden pensar frases como: “usted me odia como mi padre” o “usted me ignora como…” y ponemos el significante que queramos.
Freud dice, entonces, que de lo que se trata en la Transferencia es de una repetición que el sujeto pone a funcionar casi sin querer, queriendo. Se repiten las dinámicas edípicas, pero ahora con la figura del analista.
El problema es el amor, lo es desde aquel banquete en el que participaban Sócrates y sus discípulos. Sócrates, escuchaba, guiaba, interpelaba y preguntaba sobre ello mismo.
Mencione antes que la propia transferencia se presenta como resistencia, para Freud. El enamoramiento con el analista puede ser un problema, y vaya que lo fue para él.
Las inversiones dialécticas en el caso de Dora tuvieron su lugar en un problema transferencial. Por eso me pregunto si la resistencia tiene que ver con la transferencia que el paciente establece con el analista o si la resistencia es del analista, tanto así como la angustia que le genera.
La neurosis de transferencia es otro de los conceptos desarrollados por Freud. Menciona que durante el transcurso del tratamiento se crea una “nueva enfermedad” (dice Nueva porque para Freud la neurosis era enfermedad). En esos momentos comienzan a pasar “cosas”: el analizante se resiste a asociar, puede aparecer cierta hostilidad con el analista, pueden suscitarse diversos acting-out e incluso pasajes al acto. Hay un detenimiento ya que es “nueva enfermedad” se ha instalado y ejerce su potencia. La solución freudiana sería la de la interpretación y la del, mal interpretado, concepto de abstinencia en el cuál el analista no responde a la demanda del paciente y entiende que todo lo que detenga el análisis es resistencia. Algo resiste y repite.
Con Lacan la cosa cambia, diría bastante. Hay una definición que me generó mucho interés: está fechada  en su seminario de 1948 y dice:

“Ciertamente, en una más insondable exigencia del corazón, es la participación en su mal lo que el enfermo espera de nosotros”.

El paciente nos quiere hacer partícipe de su mal, de su neurosis, de su novela o, mejor dicho, de su fantasma. No es loco pensar que el paciente “le sueña al analista”. Es decir que, cuando Lacan define a la transferencia como Amor nos podemos preguntar ¿en qué sentido pensar dicho amor?
Quiero decir, qué lo diferencia de otros amores de la vida cotidiana.
El maestro francés plantea, en un momento de su enseñanza, que toda transferencia comienza siendo imaginaria (claro está que también es simbólica y real) en el sentido en que se le otorga un supuesto-saber a una figura que aparece ahí. Quiero aclarar que no pensamos a dicho saber como conocimiento, aun que es cierto que el hecho de “saber cosas” o “tener títulos” seduce al neurótico en cuestión. Pero lo que se otorga es un saber en la dimensión del goce, aquél es el que sabe sobre mi goce.
Pero, atención a no caer en la trampa del cambio o del furor-curandis. En una intervención que Lacan realizó en un congreso sobre medicina, menciona que el sujeto va a análisis para reafirmar su posición de enfermo y que paga para no querer-saber que no hay saber sobre la sexualidad y su dinámica.
En varios puntos Lacan coincide con Freud; es cierto que en la transferencia hay elementos que se repiten, pero no es solo eso, ya que toda repetición encierra una novedad. Es la novedad que los analistas muchas veces no pueden o no quieren escuchar.
Cuando Lacan plantea que la transferencia comienza siendo imaginaria, sería un problema si solo se quedase anclada ahí. Como solemos decir, no se trata del padre de la cultura, el que “hace” cosas o el que nunca estuvo. Se trata de lo que ese significante represente para dicho sujeto, siempre castración mediante y de lo que se escucha de ese discurso. Así es, la neurosis es un discurso junto con la perversión y la psicosis (estructuras clínicas en las que hay transferencia), y no tiene entidad  por fuera del dispositivo ya que la transferencia sin el análisis es un cúmulo de escenas fantasmáticas que los sujetos repetimos sin cesar. Entonces podemos decir que, la neurosis ES la transferencia, sin estos elementos no existe.
Por último quiero dejar en claro que las resistencias del analista en muchos casos son alarmantes. Se ha generado una falacia con el concepto de “neutralidad” ya que es imposible trabajar/escuchar sin el fantasma mediante. Sin embargo, eso no quiere decir que el analista tenga que responder a la demanda de amor del paciente entrando en su entramado fantasmático para participar en su mal de tal forma que sirva para que el analista repita una posición que tenga que ver con su propia neurosis. Dicho problema tiene que ver con la angustia ya que la pregunta que se le formula al Otro es: ¿me ama?

MS.