Pensar la
perversión nos lleva, en muchos casos, a generar grandes confusiones a cerca de
aquello que en la práctica clínica entendemos por el concepto de “perversión”.
Dicho término ha sido abordado desde diferentes perspectivas y, sobre todo, con
una condena moral que implica al conjunto del contrato cultural que
compartimos.
El concepto “perversión”
viene del latín –Pervertere- que quiere
decir invertir o volcar. Es decir, que aquello que se entiende por perversiones
ha implicado un vuelco con respecto a lo que se encuentra cultural/socialmente
aceptado (desde las prácticas sexuales hasta los mecanismos con los que un
sujeto se maneja en su vida cotidiana).
Es decir,
que en este sentido, la perversión sería el fracaso de lo que se puede pensar
como el deseo, si es que entendiésemos al deseo como aquello que se encuentra
direccionado hacia un objeto; objeto desde el cual el perverso instrumenta para
su satisfacción.
Sucede que,
desde Freud y Lacan, la perversión como estructura clínica presente en un
dispositivo analítico comienza a tomar otras vertientes a pensar.
Cabe
destacar que la perversión, en este sentido, es entendida como un discurso que
aparece en escena en transferencia con la figura del analista. Se suele
realizar una gran confusión ya que también pensamos que la constitución
fantasmática de un sujeto tiene una esencia perversa; es decir, y aquí se
produce dicha confusión, que el fantasma de un neurótico también es perverso, y
no solamente por los actings que un sujeto pueda llevar a cabo en su odisea
siempre demandante hacia el Otro, sino también porque los rasgos perversos se
ponen a la orden del discurso cuando se trata de las relaciones amor/odio.
Tenemos,
entonces, que agregar que lo que entendemos por estructura clínica (neurosis,
psicosis y perversión) depende de la posición que el sujeto tenga frente a su
deseo y el goce que se forma como respuesta ante la inconsistencia siempre
presente del Otro. Podemos pensar que allí donde un neurótico hace un síntoma
como respuesta a un llamado del Otro; el perverso realiza un acting y toma el
goce del Otro como instrumento para apropiarse de él generando, como siempre,
angustia satisfactoria.
La trampa es
la misma, en todas las estructuras, implica no bancarse la castración del Otro
y “hacer “algo en respuesta al lugar donde se lo convoca a responder de alguna
forma.
Sucede con
la perversión que las implicancias clínicas que esto tiene no suelen caer
demasiado en gracia al analista neurótico, es decir, aquello que no se banca
éste es esa forma que el perverso encuentra para darle sentido a su ser.
Produce angustia y se defiende (o lo deriva).
Es
absolutamente mentira que los perversos no consultan ni van al analista; si
pensamos de esta forma estaríamos contradiciéndonos ya que en la perversión hay
angustia y también deseo; es decir, también es una estructura en falta.
Lo que
genera defensa y rechazo es que el mecanismo perverso implica una escena en la
cual el objetivo es generar angustia en el Otro y servirse a expensas de ello
para gozar y, lo que hace todavía más insoportable a la escucha neurótica es
que dicho sujeto esté advertido de todo esto. Quiero decir que existe un
cálculo previo para generar angustia y así poder gozar del Otro (puede ser en
este caso del analista como de cualquier otro).
Las
perversiones nos llevan a re-pensar la estructura neurótica ya que, como diría
Freud, es la otra cara de la misma moneda fantasmática.