Hace algunos pocos días alguien me consultaba por un tema que, en
general, suele escucharse y/o debatirse cuando se trata de lo que ocurre en el
espacio clínico que convoca tanto al analista como al paciente que consulta por
alguna cuestión.
El tema era ‘la mentira’. Mas puntualmente, la pregunta era: ¿qué
sentido tiene ir al psicólogo si le vas a mentir? O “tengo que venir para decir
la verdad sino ¿para qué? (en un tono jocoso).
En función de dichas frases que vengo escuchando (entre otras
similares) se me ocurrió poder dar un rodeo
a esta cuestión de la mentira y la verdad que muchas veces, dependiendo
del ámbito en el que se la proponga, obtiene implicancias diferentes.
Sabemos que mentir o decir la verdad en un determinado ámbito (cuando
se trata de algo advertido por el sujeto) puede traer consecuencias que lo
pongan en jaque. Lo podemos pensar en términos amorosos, sociales e incluso jurídicos.
Pero cuando se trata de la praxis que hace al análisis, las cosas se
subvierten de tal forma en que la confusión puede llegar a engañar al analista
y al pensar el trazo de un sujeto que viene amarrado a un discurso.
La relación de la mentira con la verdad tiene un estrecho vínculo, se
ha tratado desde los tiempos de Sócrates hasta nuestros días. Y nos sigue atravesando
en los cuestionamientos que nos planteamos a la hora de escuchar un discurso en
el dispositivo clínico.
Hay dos frases (de las miles que se han dicho) que me han generado
interés para poder dar una vuelta a nuestro tema: Lacan decía que “la Verdad
tiene estructura de ficción” y, por otro lado, Nietzsche mencionaba que “la
Verdad es la mentira más eficaz”.
Pensando estas frases, entramos en una gran paradoja y las preguntas
que surgen de ella. ¿Se puede decir la Verdad? O mejor dicho; ¿Hay diferencia
entre mentir y decir la Verdad?
Podemos ir planteando que el sujeto que nos compete en nuestra
práctica es un sujeto que no tiene otra forma de aparecer si no es aferrado a
un significante (palabra) que lo represente. Es decir, no hablamos de individuo
o de persona que viene a nuestro consultorio y se sienta en el sillón a hablar.
Podríamos hasta decir que en ese punto no hay sujeto para lo que nos interesa;
se presenta como cargado de objetos imaginarios que por diversos motivos hacen
tambalear su estantería coherente y decide tocar nuestra puerta porque algo del
orden de la angustia comienza a jugar su papel importante.
La persona comienza a hablar y caemos en la cuenta que sus palabras no
le pertenecen; es decir, es un error pensar que el lenguaje es nuestro, no se
trata de una herramienta que seleccionamos como una “app” para poder expresar
lo que sucede. Todo lo contrario. A nuestro sujeto lo sucede una serie de
palabras en la cual, por el motivo de cada uno, se encuentra inserto.
Los significantes le vienen y cada quien se engancha de diversos
modos. Ese orden que se establece, esa serie, tiene que ver con el goce que
cada sujeto ha ido construyendo y que, al momento de la consulta, lo viene
mortificando, viene perdiendo más de lo que se encuentra ganando.
En este punto hay que estar advertido que el sufrimiento o la queja no
quiere decir que dicho sujeto quiera o pueda sostener eso que dice querer. Hay
que pensar que en la neurosis hay un gran ímpetu para huir del deseo. Deseo que
implica siempre un atravesamiento por la angustia y que muchas veces se está
dispuesto a pagar pero “hasta ahí”. Un poquito
nomás.
Si pensamos que el sujeto especula con aquello que viene a decirle al
analista para que la cosa “mejore” ya estamos en el terreno de lo más defensivo
que existe, su Yo, su armado.
Sin embargo, todo discurso se encuentra armado y listo para que suene
coherente; un gran esfuerzo (en muchos casos) para que no haya fallas.
Pero Lacan mencionaba que la Verdad no puede ser toda dicha. Esto
quiere decir que existe, por el solo hecho de estar captados por el lenguaje,
una pérdida originaria que funda la estructura; una estructura que la pensamos
como clínica cuando el sujeto, en transferencia con el analista, se posiciona
como Neurótico, Psicótico o Perverso (a nuestra escucha).
Las palabras no alcanzan, algo siempre se pierde y como respuesta ante
dicha situación de falta/falla, el sujeto arma una posible respuesta; una
hipótesis para el Otro. Hipótesis que llamamos Fantasma y que tiene que ver con
la realidad del sujeto, todo aquello que él entiende como siendo “lo que le
sucede”, incluso su historia.
Un claro ejemplo de lo que decimos tiene que ver con la frase "YO MIENTO". En la cual el sujeto se encuentra implícito en la frase que menciona y que lo lleva a una encrucijada ya que, en términos de lógica, la frase es verdadera. Sin embargo, dice estar mintiendo.
Un claro ejemplo de lo que decimos tiene que ver con la frase "YO MIENTO". En la cual el sujeto se encuentra implícito en la frase que menciona y que lo lleva a una encrucijada ya que, en términos de lógica, la frase es verdadera. Sin embargo, dice estar mintiendo.
Poco importa si aquellos sucesos que relata sucedieron realmente o no.
Son reales en términos de lo que está diciendo en nuestro sillón ya que, como
dirá Freud, se sufre de los recuerdos (reales o no).
Si el paciente viene a chamuyar, a diferencia de otras disciplinas
como por ejemplo la psicología, es fundamental. El sujeto mismo es el “chamuyo”,
y llegar al núcleo de su ser, implica un pasaje por las vías de aquellos
significantes que éste mismo toma en su relato.
Cuando miente, dice la verdad, su verdad. Su fantasma se pone en
marcha. Podríamos preguntarnos por qué elige ese chamuyo y no otro, por
ejemplo.
Sucede algo similar cuando escuchamos ciertas escenas delirantes (independientemente
de la estructura de la que se trate) que generan angustia sin haber acontecido
en lo factico del tiempo.
En este sentido y para nuestra praxis, la única ciencia que existe es
la ficción. Ficción que nos puede llevar a escuchar cuál es el lugar en el que
nuestro sujeto-sufriente se está parando y desde dónde demanda. Una demanda que
siempre es de amor y que, lejos de implicar un acercamiento a una respuesta que
encaje en sus preguntar; lo atrae cada vez más a un des-encuentro que lo
des-encuadre y que le haga “caer la ficha” que no hay relación sexual, no hay
proporción y que la falla que genera lo simbólico hace ecos en un real que no
deja nunca de no inscribirse.
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