jueves, 28 de abril de 2016

Qué Cosa es un Caso...

La pregunta acerca de qué (cosa) es un caso clínico me lleva directamente a pensar la práctica analítica en su conjunto; esto implica la posición en la que se ubica el analista tanto como el lugar en el que se aloja el analizante. También podemos aseverar que no todos los sujetos que se acercan a la consulta se constituyen como analizantes; es decir que nos preguntamos cuáles son los elementos que tienen que aparecer en el dispositivo analítico para que dicho sujeto se ubique bajo el significante de “analizante” y cumpla con ello una función específica: la de hablar y tratar de implicarse subjetivamente en algo que lo toque con su modalidad de goce.
Claro que éste proceso no se lleva a cabo de inmediato, sino que tienen que darse algunos factores para que esto ocurra. Uno de éstos factores es el de la transferencia; es decir ese lazo que de alguna manera causa  tanto al deseo del analista como al del analizante.
Si hablamos de transferencia debemos pensar en la forma en que Lacan la definió y, siguiendo ese lineamiento, pensar como se hace de eso un caso de presentación clínica.
Lacan habla de transferencia en función del amor; es decir, él la define como amor a un saber. Sabemos que el psicoanálisis rompe con la idea de que el saber existe y se lo puede captar e instaura una línea de pensamiento que tiene que ver con un saber que en realidad está en falta; y que toda estructura parte de un conjunto al que algo le falta; hay un resto dice Lacan, algo que se pierde y que pasa a formar parte de la mitología del sujeto.
Dijimos hace un momento “amor a un saber”; con esto podemos introducir la conceptualización lacaniana de que existe un sujeto-supuesto-saber (SsS), en el cuál se ubica la figura del analista, que ofrece una escucha.
Pero me pregunto: ¿Qué sabe el analista?. Un sujeto viene a la consulta porque algo le hace ruido, porque (como diría Lacan) algo del mundo no anda bien o porque, como suele decirse en psicoanálisis, hay algo de la vacilación del fantasma que causa en el sujeto una pregunta que lo lleva a consultar.
Piensa, en su fantasma, que la figura del analista sabe, ¿Qué sabe?: sabe sobre su goce, tiene ideas acerca de por qué sufre, tiene las respuestas.
Todo este bagaje de elementos hacen a que el sendero de la transferencia se ponga en marcha, transferencia que muchas veces comienza siendo imaginaria (no sin dejar de ser real y simbólica) y que demandan del analista ciertas certezas sobre dicha problemática.
Está claro que aquí la posición del analista entra en juego porque se le demanda un saber, un supuesto saber que (como todo engaño neurótico) no tiene.
Ahora bien, al principio nos preguntamos acerca del caso clínico, y cabe destacar que la transferencia, la demanda, el goce (de la repetición) y el fantasma hacen que se genere una situación analítica (o por lo menos en algunos casos). Sin embargo no todos los analizantes constituyen la elección para ser pensados como un caso clínico.
Tiene que existir algo del orden del deseo del analista que toque algún punto en su real, que lo implique subjetivamente para que pueda elevar dicho discurso a un nivel de ser presentado como caso; es decir, el analista trabaja con su fantasma, con su experiencia y está atravesado por un deseo.
Dicho deseo lo lleva a pensar si el discurso que éste está escuchando sirve para posicionarlo como caso clínico. Un caso tiene que tener características del orden de poder ser generalizado teóricamente y que éste también sirva para echar luz sobre conceptos que aún siguen siendo motivo de investigación.
El caso debe tener los elementos para que pueda atravesar esas barreras que están detenidas. Esto también genera un problema ya que hablar de generalización en psicoanálisis es muy controversial.
Partimos de una escucha singular, de un goce que no se repite en otro sujeto; entonces nos preguntamos cómo hacer para que de un caso se pueda universalizar dichos elementos.
El caso tiene que servir para pensar la problemática del sujeto, partiendo del discurso de uno solo.
Si pensamos al psicoanálisis desde una terapéutica de lo Real, del tratamiento de lo Real por lo simbólico cabe destacar que dicho Real es una presencia única e inerte que se encuentra alojada en el discurso del analizante.
Para constituir un caso clínico es importante que el analista pueda escuchar algo del orden de éste Real, siempre mediado por la palabra, y que esa verdad (fallida) pueda transcribirse para ser presentada.

Sucede que dicho movimiento también se encuentra mediatizado por el deseo y el fantasma del analista y sin-saberlo genera él mismo el espacio para que se ponga en marcha el motor del análisis.

lunes, 21 de marzo de 2016

Un Padre y su Nada


Una experiencia. Fue una experiencia extraña, no sé cómo pero me sentí atravesado por lo que ocurría en el escenario, esa nada misma que también afectaba a los personajes.
La obra: El Padre. Un sujeto al que poco a poco le van desapareciendo las palabras, un sujeto al que le cuesta mucho seguir sujeto a un discurso "coherente". Pero, yo me preguntaba: ¿Cual discurso lo es?¿Que quiere decir ser coherente?¿correcto?¿estable?
Podía pensar que le servía para tener un lazo social, estar involucrado en su familia. Pero él ya no reconocía nada de eso, se preguntaba una y otra vez de qué se trataba su mundo, qué quería decir eso que le decían que le habían dicho.
Cómo podría pensar la realidad de éstos personajes. Porque, en definitiva, me pregunto por la realidad misma, mi realidad; ¿es mía?¿Que pasaría si estoy equivocado?¿Estoy?
Andrés (El Padre) ya no estaba ahí, o por lo menos pensé que lo que quedaba era un resto, una sombra de lo que alguna vez fue. Pero todos somos un resto, uno de otro, del Otro.
Me sentí en un sueño, uno del que no quería despertar, ¿Por que?.
Desde la cuarta fila del salón, no pude responder esa pregunta. Aun que quizá eso solo sirva como pregunta. Volví sobre mis pies; el protagonista habla de la realidad como un árbol al que, con el tiempo, se le vuelan las hojas, las palabras, el sentido.
Me pareció horroroso y quise despertar, angustiado. Pero ¿por que me angustié? Quizá fue la muerte, ¿que muerte? ¿la del protagonista o la mía?.
Él fue el paradigma de una verdad, de una certeza, de lo que ocurre con el olvido.
Ahora escucho una música y pienso en eso ¿que va a pasar cuando la banda deje de toca?¿donde queda el lenguaje?. Qué hago con esa nadería que me habita, que me toma.
Sentado, ahí en esa butaca, rodeado de extraños, imaginé una belleza. Pero, qué puede tener de lindo una muerte, un deterioro, el olvido de las cosas, de la gente, del mundo, de mi mismo. ¿Puedo olvidarme de mí?.
Y la Nada me invadió, hizo conmigo lo que quiso, me angustió y me habló desde el escenario.

En ese momento todo adquirió sentido para mi. Fue una experiencia de muerte lo que me angustió y lo que me dio esa idea de belleza infinita, esa idea de ser el sujeto que seré.