No puede pensarse a un Dionisio sin su Apolo; es decir que ninguna de las dos deidades mitológicas puede aparecer en el sujeto por separado. Sin embargo, de vez en cuando alguna somete a la otra en una cuestión que hace a la voluntad de poder misma.
Lo dionisiaco hace a todo aquello que implica un desmadre, algo sin forma, algo que no tiene un orden, algo que en el sujeto puede considerarse como mítico pero que, sin embargo aparece en lo mas superficial y concreto de la vida cotidiana.
Apolo, su némesis histórico, no viene a oponerse a todo eso como suele pensarse. Apolo es ese sacrificio que el ser-hablante debe realizar para caer dentro del universo del lenguaje.
El lenguaje lo toma, es cierto, y no puede hacer nada(o casi nada) contra eso; salvo realizar una elección de cómo engancharse a esa cadena discursiva que lo representa y lo pone en jaque.
Apolo es la ley, es el significante.
Y la verdad, si es que algo como eso existe, está ubicada en ese espacio que se genera desde la entrada de Apolo en el cuerpo y su fusión con Dionisio.
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