“La salud sexual es un estado de completo bienestar físico, emocional,
mental y social en relación con la sexualidad, no es solamente la ausencia de
enfermedad, disfunción o malestar. La salud sexual requiere un enfoque positivo
y respetuoso hacia la sexualidad y las relaciones sexuales, así como la
posibilidad de tener experiencias sexuales placenteras y seguras, libres de
coerción, discriminación y violencia. Para que la salud sexual se logre y se
mantenga, los derechos sexual desde todas las personas deben ser respetados,
protegidos y cumplidos.”
En función de la celebración de
dicho día, me detuve a pensar en los términos que componen la frase del
presente escrito para intentar realizar un abordaje (no siempre sencillo) desde
una óptica tanto freudiana como lacaniana.
Ahora bien, teniendo en cuenta
del contexto tanto político como jurídico que ello acarrea es importante
aclarar que el análisis tiene que ver con aquello que nos compete desde la
clínica psicoanalítica y no tanto que ver con una crítica a las instituciones
sociales establecidas como tal.
Para comenzar, es relevante poder
pensar el término “salud” a la luz de lo que, en principio, podemos tentarnos
como lo opuesto a la enfermedad. Está claro, y lo digo desde el vamos, que para
el psicoanálisis no existe tal cosa como la Salud o la enfermedad; y mucho
menos si hablamos de salud tanto sexual como mental.
El maestro vienés nos enseña
desde sus primeros escritos que el trauma sexual, es decir ese hecho acontecido
en algún momento de la historia de un sujeto no es tal como se lo piensa; es
decir, no existe.
Este abordaje implico un cambio
rotundo en lo que hasta ese momento se entendía como Lo sexual, es decir, algo más
relacionado con la medicina y con el signo que aquello que nos implica desde el
significante.
Introduzco el concepto de
significante ya que implica siempre una cuestión ligada a lo simbólico, es
decir que por el hecho de estar atravesados por el lenguaje hay algo,
indefectiblemente, que se pierde. Quiero decir que para hablar, algo hay que
perder.
Esa libra de carne que se pierde,
ese don, ese objeto que Lacan lo llama (a) es aquello que constituye al sujeto
como tal. Un sujeto que se encuentra barrado, dividido entre lo que sabe y lo
que dice, ese sujeto que reprime (primordialmente) aquello que entendemos por
instinto.
El instinto se encuentra perdido
en el hombre a causa del lenguaje, quiero decir que todo lo que entendemos por
un saber exacto sobre el objeto (tangible) como sucede con los animales no
existe. Esto descubre Freud e introduce su concepto de Pulsión (Trieb).
Mas allá de que podemos discutir
la famosa dualidad pulsional (vida y muerte) sabemos que para la clínica la
única que tiene entidad es la pulsión de muerte. Es aquella que nos lleva a
consultar por un análisis; es decir que para el sujeto hay algo que no
funciona, algo que hace ruido, algo que vacila y que se repite.
Podemos preguntarnos entonces,
¿Qué entendemos por salud sexual/mental?, Si dicho concepto tiene que ver con
alcanzar cierto ideal de completud y satisfacción plena sabemos que eso no es
posible.
Lacan, desde sus primeros
seminarios nos machaca con la idea de que no existe esa completud de la que se
habla, no hay una relación-sexual; y con esto quiere decir que no existe una
formula exacta que haga de dos, uno.
No hay relación de
complementariedad entre un sujeto y su partenaire ya que los goces que se ponen
en juego en dicha no-relación tiene más que ver con una apuesta a un suplemento que a complementarse (el famoso mito de
Aristofanes dictado en el Banquete de Platón).
Entonces, decimos, que lo sexual
ya no tiene nada que ver con la reproducción y que el trauma no existe porque
la sexualidad es en todo “traumática”. Hay algo que falla, una hiancia va a
decir Lacan que hace que el sujeto (su verdad) emerja ahí donde creyó haber
tropezado.
También es erróneo pensar que la
salud sexual es algo a lo que hay que alcanzar y sostener ya que el hecho de un
ser sexuado, es decir un ser hablado y fallado, ya es un punto de llegada.
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