Son tres significantes que, encadenados, le otorgan un sentido a esa
existencia sufriente que aparece justo allí donde se pierde en los surcos del
lenguaje.
Para dar cuenta que la adicción no tiene nada que ver con el objeto
tangible que se “consume” sino en el juego de significantes que ese sujeto
representa, como una tentativa de respuesta a la pregunta sobre qué quiere el
Otro, ya que ese Otro, como sabemos, está fallando constantemente.
Un analizante se sienta en su silla y habla. Dice que “la mirada del
otro (en este caso imaginario) le pesa”. Se revela entonces un ideal que dista,
en principio, mucho de aquello de lo cual el sujeto obtiene su placer, placer
que, por otro lado, lo hace sufrir.
Tenemos entonces una gran paradoja ya que la pregunta que surge es: ¿Cómo
puede ser que aquello que hago y me gusta sea lo mismo que odio y rechazo?
Cuando se piensa en este tipo de preguntas, también se puede pensar
que dicho sujeto obtiene un usufructo de dicha queja, es decir que existe un
goce que al sujeto lo representa pero que a la vez lo mata simbólicamente (en
el mejor de los casos).
¿Qué sucede entonces con la mirada que tanto le-pesa? Dice estar
atrapado en una mirada que lo “persigue”, lo acosa pero que, angustia mediante,
lo causa.
Podríamos decir que esta mirada persecutorio es uno de los rasgos
paranoicos que a dicho sujeto “se le presenta” como fenómeno (en principio) de
una realidad que, como ya hemos dicho, es fantasmatica, es decir, construida
por dicho sujeto a través de un camino de búsqueda a esa respuesta que pretende
de ese Otro que referimos.
La cuestión paranoica fue abordada por Freud y entendida como una
defensa que sale al paso contra la homosexualidad que habita a dicho sujeto.
En este caso, siguiendo a Freud, podríamos pensar que esa defensa está
ligada a una angustia que le generaría el encuentro con el significante “HOMO”
(hombre). Y Lacan aportaría que en toda repetición lo que se juega es un
encuentro con un Real (con un Real-sujeto que tengo frente a mi).
Este significante HOMO (que no significa nada por si solo) tiene una relación
con el Hombre ya que la pregunta, en algún punto, oscila entre la infancia y la
adultez o, como suele discurrir en su análisis, entre el “crecer o retroceder”.
Ahora bien, si abordamos las cuestiones ligadas a las psicosis podemos
hacerlo de dos formas que se contraponen: Pensar que la realidad está
determinada y que el sujeto viene a ser aquello que ocupa un lugar en dicha
estructura.
O bien, que la realidad es, de alguna manera, “construida” por el
significante; significante que representa a ese sujeto y que adquiere sentido
solo para otro significante.
Entonces, caemos en la cuenta que la realidad (estructura lenguajera
para nosotros) se piensa a partir de una falla ya que para hablar, algo hay que
perder.
Esa falla-falta es diferente en cada una de las estructuras clínicas (neurosis-psicosis
y perversión), aunque también podemos pensar que hay tantas estructuras como
sujetos en el mundo.
En nuestro ejemplo hay un discurso signado por una fuerte defensa
contra ese encuentro angustiante y cargado con un gran peso imaginario (digo imaginario
en el sentido de que el objeto-a, esa falta de la que hablamos aparece como
tapa-agujeros). Aparece como una forma constante de cubrir todo es e campo de
la imagen (mirada) para que nada falle.
Dicha falla insiste en la fonética de la sigla “FA”, enfatizado y
relacionado entre sí en el discurso.
Su ideal de “la Familia” (en términos de la completud que no tuvo) se
anuda a los otros dos ya que aquello que le impide “alcanzarlo” es su propio
rechazo.
M.S.
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