Suele ser un tema bastante común hablar del famoso concepto de
“encuadre” dentro de lo que implica la clínica analítica. El término “encuadre” tiene una larga historia y se ha
intrincado como pilar fundamental dentro de lo que es la práctica y la teoría;
sobre todo en el campo de la psicoterapia como en la llamada psicología del yo.
Para realizar un breve resumen del concepto (y que no implique
tecnicismos) podemos decir que el concepto se refiere a todo lo relacionado con
las reglas que se imponen dentro del consultorio al inicio de un tratamiento;
es decir, todo aquello que (para la psicología) no puede ser franqueable. Un
ejemplo claro de ello tiene que ver con las pautas sobre el horario, los
honorarios, la consulta, la modalidad e, incluso, el lugar en donde el paciente
se va a sentar.
Se dice que todas estas pautas que se determinan al inicio son
fundamentales ya que sobre ellas se encamina la estructura que va a dar
“cuerpo” al tratamiento con el paciente.
Esto quiere decir que el analista –debe- alejarse lo menos posible de
dicho encuadre para que el tratamiento o el discurso transiten por senderos que
apunten a la solución de la problemática que dicho sujeto plantea.
También existe otra teoría, sobre el mismo concepto, que asegura que
el sostén de dicho encuadre debe aplicarse como praxis general; es decir que el
analista establece un tipo de encuadre según su estilo y recibe a sus pacientes
insertándolos dentro de este saber que lo entiende como universal; es decir, a
todos por igual. El encuadre es norma y, salvo raras excepciones, no se
quebranta.
Se dice que es un pilar dentro de la teoría ya que, como sabemos, el
sujeto que se acerca a una consulta (suponen) va a tratar de depositar en dicho
espacio todo lo que implica su neurosis. Esto puede querer decir: llegar tarde,
no pagar, tener olvidos, repetir y realizar actings con la figura del analista.
El encuadre que se establece viene a poner un cote o “ley” a dichos
actos.
Ahora bien, ¿no se trata de todo eso la práctica que nos lega Freud?
Es decir, el material de trabajo ¿no implica siempre un discurso con todos sus
accionares y vericuetos?
Pensar este concepto, desde el psicoanálisis, siempre es un problema
ya que nos plantea una serie de paradojas. La fundamental viene a estar
protagonizada por el concepto de Transferencia. Si bien es cierto que el
concepto de transferencia varía de acuerdo a la teoría desde donde nos
plantemos, la contradicción mas grande es que no podemos universalizarla en el
consultorio.
A veces hasta es un movimiento fundamental, justamente, romper con lo
que se ha pactado previamente, porque lo que hay que entender es que aquello
que está en juego es un goce que se traslada a la sesión y se causa por la
figura del analista.
A todo esto hay que hacer una aclaración: tiene sentido pensar que un
paciente va a una consulta en un horario y un lugar determinado, que los
honorarios se establecen y que hay cierta pauta que habla, por ejemplo, de la
frecuencia de las sesiones.
Pero, ha y que pensar, que el análisis se trata justamente de todo lo
contrario, siempre implica un des-encuadre, una posición incómoda para el
analizante, un cuestionamiento al discurso “coherente”, buscar el sin-sentido.
Todo ello requiere siempre de los manejos transferenciales que el analista
pueda hacer. Es hasta fundamental romper con aquello establecido dependiendo de
la modalidad de goce de cada uno.
Los honorarios pueden modificarse, los horarios también y, como
decirnos siempre, a veces hasta es importante decir algo por teléfono o en el
ascensor e incluso no representa lo mismo cuando se sube o cuando se baja.
MS.
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